Columnistas

El diálogo político a prueba

Alrededor del mundo y a lo largo de la historia, sobran ejemplos sobre cómo el poder de la palabra, reforzada con voluntad y determinación, ha permitido a figuras políticas opuestas -muchas de ellos con profundas heridas a cuestas- superar diferencias que lucían irreconciliables, abortar crisis inminentes y conflictos de proporciones mayúsculas. También hay infinidad de demostraciones de cómo lo contrario, la imposibilidad de acuerdos y la falta de disposición a acercarse a uno o varios adversarios, ha conducido a mayores discrepancias, a una escalada de odio e incrementada hostilidad, en las que bastan un exceso de entusiasmo, de nervios o una reacción estúpida para que se inicie un camino de difícil retorno.

Crisis políticas, protestas sociales violentas y guerras civiles se conjuraron o se detuvieron así, una vez desatadas. En este último caso, las iniciativas para lograr la paz demandaron el diálogo, con ayuda de mediadores. El Salvador, Guatemala y Colombia son muestras de ello. En el primer caso, cuando se logra remediar diferencias, siempre resulta complicado afirmar lo que pudo haber ocurrido si no se hubieran impuesto la razón y el sentido común entre las partes enfrentadas. No obstante, el camino recorrido en el génesis de graves conflictos políticos y sociales ha dejado evidencia que más de alguno pudo evitarse si la sensatez se hubiera impuesto a la lógica de la confrontación.

En la historia reciente de nuestro país, contamos con demostraciones fehacientes de que la presencia o no de esta visión en los liderazgos puede ahorrarnos problemas o precipitarnos hacia ellos. Entre nosotros ha existido una tradición de construcción de acuerdos que algunos estudiosos celebran como catalizadores de dificultades mayores: mientras otros estados lo tenían más difícil a nuestro alrededor, acá las fuerzas políticas y sociales “pactaban” con el poder militar el retorno a procesos electorales y la república, bajo el ojo vigilante de la potencia dominante en la región. Reformas electorales fueron posibles gracias a esta práctica, siendo la incapacidad de diálogo y acuerdos lo que desencadenó la crisis política y el golpe de Estado de 2009.

Un “Acuerdo de Cartagena”, suscrito en mayo de 2011 permitió el retorno al país del expresidente Manuel Zelaya y la paulatina desmovilización de la protesta callejera contra el golpe de Estado, para reencauzarla bajo una nueva bandera partidaria (hoy en el poder). En contextos polarizados, los buenos oficios de actores de otros países pueden ser efectivos: ya lo han sido entre nosotros, como ocurrió en 1924 en el buque de guerra USS Milwaukee -que estaba anclado en el Golfo de Fonseca- al que acudieron los beligerantes en la guerra civil de ese año. Se acordó el fin de hostilidades, la elección de un gobierno provisional y la convocatoria a una Asamblea para emitir una nueva Constitución. Así se hace cuando la desconfianza reduce las capacidades de cabildeo y negociación de las contrapartes.

¿Se requiere hoy, nuevamente, acudir a facilitadores externos para lograr el diálogo que permita superar la falta de acuerdos en el Congreso Nacional y evitar una crisis de proporciones insuperables?