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El arte de hacer nacatamales con Virginia Pavón

Esta vez, no hablaré de política, sino de amor y familia. En esta temporada navideña, es importante reflexionar y agradecer por los recuerdos y momentos hermosos que compartimos en familia.

Una de las personas que más tocó mi vida fue mi tía abuela, Virginia Pavón. Virginia (no le decía tía), a pesar de nunca haber tenido hijos, fue la matriarca de la familia. Fue la madre de crianza de varias generaciones; su casa en la colonia Kennedy fue una especie de casa del migrante para mi madre, sus hermanas y hermanos que vinieron a la ciudad en busca de oportunidades; muchas madres aprendieron a cuidar a sus hijos gracias a sus consejos; y, muchos profesionales se pudieron graduar gracias a la cama que les daba.

Mi infancia la compartí mucho con Virginia, ya que fui su primer sobrino-nieto. Me contaba historias de cuando fue maestra en La Mosquitia, alfabetizando a los misquitos. También me hablaba de su experiencia en Nueva Orleans en los sesentas y me mostraba las fotografías de la época con sus peinados y minifaldas. Virginia me habló de geopolítica y la división en mi familia nicaragüense que había producido la guerra civil en los años setenta. Me contaba sobre su trabajo enseñando corte y confección a mujeres en la cárcel de mujeres en Támara como parte de un programa de rehabilitación. Aprendí mucho sobre historia desde una perspectiva de género gracias a Virginia, en una época en la que en Honduras nadie hablaba de los derechos de la mujer o el feminismo; eran los años ochenta. “¿Cómo puede una mujer viajar a tantos lugares sin que le suceda nada?”, me preguntaba de chico. Virginia no dependía de un hombre porque tenía educación y autoestima.

A medida que fui creciendo, mi relación con Virginia cambió. Ya no era mi cuidadora, sino que yo quería cuidar de ella. No solíamos hablar o congeniar con la misma frecuencia que antes, ya que había una nueva generación de sobrinos y sobrinas nietas que cuidar. A pesar de los años, Virginia siempre mantuvo su sentido del humor e inconfundible risa. Me alegró mucho saber que, al jubilarse, comenzó a viajar nuevamente, esta vez con su hermana y mejor amiga, Milvia Pavón. Me hacía la pregunta: ¿Cómo es que estas dos doñitas vagas se suben a un avión y no les pasa nada? Incluso compraron una camioneta pick-up y se fueron a vivir solas al Zamorano.

Virginia me acompañó a lo largo de diferentes etapas de mi vida: como niño, estudiante, profesional, esposo y, finalmente, como padre. Uno de los momentos de mayor orgullo fue presentarle a mi hija. Virginia nos dejó en 2018, a la edad de 82 años. En sus últimos años, padeció enfermedades que afectaron su calidad de vida. Un año antes de su fallecimiento, durante la Navidad de 2017, decidí aprender a hacer nacatamales junto a Virginia. Fue un último momento para conectar con ella. Preparamos alrededor de 50 nacatamales, todos repletos de amor y recuerdos.