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¿De qué color ve las etiquetas?

Las etiquetas expresan lo que contienen adentro los envases y a veces las cualidades, uso, precio, marca, procedencia, ingredientes de su contenido, especialmente si es un producto destinado a la venta.

En el pasado, las formas de los recipientes no necesariamente mostraban o insinuaban lo que tenían, por lo que se hizo necesario colocar mensajes externos que lo describieran adecuadamente. Así nacieron las etiquetas o marbetes.

Etiquetar es, precisamente, colocar esas etiquetas o marbetes, bien adhiriendo un distintivo -de papel u otro material sucedáneo- a una caja, botella, frasco u otro objeto; sean manuscritos o impresos, servirán además de decoración u ornamento.

Es tan poderoso el efecto de distinción que produce un envase o una etiqueta, que no necesitamos leer textos ni probar contenidos para saber qué botella contiene el refresco que deseamos ni destapar otra para oler su interior y cerciorarnos que se trata del desinfectante ambiental para el hogar.

No en balde las campañas publicitarias destacan ingeniosamente formas, colores y características de botes y marcas, para lograr que el cliente las identifique automáticamente y las asocie con sus necesidades de consumo, reales o ficticias.

Este efecto de identificación no solo ocurre en la promoción comercial. También se utiliza el verbo “etiquetar” como sinónimo de “encasillar”, es decir, para clasificar personas o cosas, clasificación que suele destacar por el empleo de criterios poco flexibles.

A diferencia de la etiqueta comercial que busca la plena identificación de todos los productos de una clase con características aceptables para el comprador, este uso no suele tener una connotación positiva y más bien puede conllevar efectos menos nobles.Para gustos hay colores, reza el dicho.

¿Pero qué pasa si estos colores sirven para identificar a los de un grupo o una clase? Hemos sido objeto de comentarios suspicaces por el color de la corbata utilizada durante transmisiones televisadas de procesos electorales y etiquetados como miembros de uno u otro partido, sin importar la línea discursiva equidistante y balanceada adoptada.

Tiene la culpa la política vernácula que se ha apropiado de forma casi exclusiva de algunos colores del espectro, haciendo portador sospechoso a cualquiera que los luzca.Y si la disputa política tradicional no fuera ya suficiente, los últimos lustros “enfrentaron” a partisanos “tradicionales” y “alternativos”, haciendo que quienes ondearan sus banderas en público se etiquetaran mutuamente, como individuos o grupos buenos o malos (y viceversa).

Tratándose de personas deberíamos entender que etiqueta y “envase” -al igual que los colores- no bastan para distinguir “buenos” de “malos”. Valen más las ideas, principios, valores y sentimientos, a veces ocultos a simple vista. Bien lo decía el zorro en “El Principito”: “No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.

Por ello, el Principito se lo repetía a sí mismo: para no olvidarlo.