Columnistas

Si no nos extraña, pero no podemos dejar de señalar lo que no es correcto. Si nos cansáramos de condenar los desafueros de los gobernantes, sería como si se los autorizáramos. Se sentirían más motivados a abusar del poder y a manejarlo aún con menos escrúpulos, bajo el concepto patrimonial que tienen del Estado. Aquello de que, con la confianza del electorado, lo que se les dio fueron plenos poderes para manejar la cosa pública como su peculio particular. ¡Y no es así! Quienes detentan el poder deben cuidar lo ajeno con esmero, dispuestos a rendir cuentas. Que un servidor público haga gala de un estilo muy propio al lucir sandalias con traje, es irrelevante. Puede causar admiración en unos, menosprecio en otros. Con tal de que cumpla con su deber nadie debe sentirse ofendido por algo de informalidad en su atuendo. Es cierto que “el hábito no hace al monje”, pero le ayuda. Y ni así importa mucho. No es para pasearlos ni para modelar que están nombrados. Que trabajen y trabajen muy bien, es lo que de ellos se espera. Pero cuando se nombra a alguien excelente en un campo, para que se desempeñe en otro que le es ajeno, no se cumple con una expectativa de mejora. Por más que se aprecie y admire a esa persona. Hasta ahí se encargan ellos de que llegue el aprecio y la admiración. ¿Que no es delito? Antes, algo ligeramente similar se los parecía. Que no esté tipificado como tal no significa que no cause daño al país y que no debiera ser penado. Tiene connotación de malversación de caudales, el delito se configura: concurren los elementos básicos: la cualidad de funcionario o de autoridad, de quien nombra y de quien recibe el nombramiento, la obtención de caudales o efectos, el salario y fabulosas prebendas lo son y el ánimo de lucro del sustractor o de quien la facilita. Pero para su buena suerte, esto es Honduras, “ noble cuna de Francisco Morazán”. Que pena tan grande: recorrer la vida con bandera de honradez para terminar mostrando que al final, era solo otro cuento.