Columnistas

La verdad es una y absoluta. Pueden haber diversas percepciones que la capten o la distorsionan pero quien decida encontrar su esencia lo hará. Accesible y cierta es la vía más fácil para andar frente al imponderable de la mentira, la amorfa de extremidades cortas, escurridiza, enredada, caerá y rodará hasta deshacer toda intención noble como lógica. Por regla general, todos debemos hacer de la verdad arma y escudo, en el entendido de que solo en la verdad encontramos la libertad, que después de la vida, es el don más preciado y en un Estado de derecho es también, después de la vida, el don jurídico más importante. Pero hay percepciones que pueden relativizarla y evaporarla en abstracción. No es el caso de la Ley: es una y su aplicación también solo es una, sin interpretaciones subjetivas que lejos de fortalecerla la transgreden y en contrario, en el marco sí, del espíritu de la ley no del legislador, que en países tercermundistas como el nuestro también pueden haber sido afectados por los traumas, parecieran insuperables, del colonialismo. Elucubraciones vagas,desbordadas por una coyuntura en la que verdades, medias verdades o medias mentiras y mentiras resultan en una bruma espesa que impide la visión diáfana de la Legalidad. De todos se duda sin atisbos aristotélicos, aún, y menos, en unos en que la erudición les pasó de largo, no obstante, los muchos libros que dicen haber leído y poseen. ¿Solapas y solapas? Hasta en eso se retratan esos sectores de la hondureñidad, que no son los que dejan el nombre de la patria en alto, no son los que nos enorgullecen. Nos apenan, nos enfrentan hermano contra hermano, como los del cuadro. No hay deducción ni lógica. Solo sus conveniencias. No aprenden. Creer contra toda esperanza, nadar en contra de la corriente. Honduras tan grande y tan amada, otro debe ser su destino. Todo en razón de la confluencia y choque de intereses por la ilegalidad de la Junta directiva del Congreso Nacional.