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¿Certámenes de belleza?

Primero quiero aclarar que no tengo nada contra los certámenes de belleza, tampoco los sufro, respeto a las personas que se involucran en ellos y debo decir que crecí viéndolos como algo completamente normal, miraba como muchas personas de mi entorno se emocionaban muchísimo porque se coronara tal o cual persona, o tal o cual país, ciudad o departamento. Solo quiero exponer en este espacio, justamente diseñado para la opinión, con toda la subjetividad que ello conlleva, el sinsentido que me hacen actualmente.

Por qué las dalias son consideradas, muy posiblemente, más bellas que cinco lempiras de culantro no deja de ser un misterio, es que hasta las palabras nos suenan tan distinto. Ojo que escribí “consideradas”, porque después de todo, en su sentido más convencional, la belleza es casi siempre una consideración, por supuesto, dentro de una convención que es mitad invento mitad descubrimiento.

Desde hace muchos años, escucho críticas a los certámenes de belleza, la lista es larga: algunos argumentan que cosifican y mercantilizan a la mujer, algunos otros dicen que se basan en unos estereotipos impuestos, y que por supuesto pueden generar complejos de inferioridad en las mujeres que no cumplen con ellos (lo que pasa actualmente con las redes sociales), hasta se los ha llegado a acusar de ser violencia simbólica, además de que, según sus críticos, son sexistas. Por estas razones, desde muchos sectores sociales se cuestiona su existencia.

Además de toda la reducción que se le hace a la mujer, se reduce también la belleza, y este es el tema que realmente me ocupa hoy. Lo bello, como dije antes, no deja de ser un misterio; intuimos, pero no sabemos muy bien por qué tanto lo hermoso, como lo dulce, como lo absurdo, como lo terrorífico o como lo grotesco son causas de belleza, y por lo tanto, a menos que seamos Umberto Eco, es muy difícil hablar con claridad sobre el hecho. Lo cierto es que la belleza en la mujer, y en el ser humano, tiene unos límites que los certámenes de belleza ni siquiera sospechan.

Y antes de que se me acuse de inocente, entiendo que estos certámenes no son más que un espectáculo, que salvo que estemos involucrados en ellos, debería significar para todos, solamente lo que vi ayer en la televisión o en el “streaming”. Pero no estoy tan seguro de que los niños o niñas de 15 años o el señor o la señora, que no tienen claro de qué va la vida, lo sepan con tanta claridad como yo. Entonces, caemos en la cuenta de que el problema no son los certámenes de belleza, sino la poca o nula educación que se da en la sociedad en cuanto a género, estética, valores, etcétera.

A pesar de que a muchos les pueda parecer un problema baladí, debo decir que la poca conciencia sobre la belleza sí es un problema que supera lo individual. Se podría decir que el ser humano aspira a la belleza casi de manera natural, es decir, que la busca constantemente a su alrededor, pero es posible que en más de alguna ocasión la busque en el lugar equivocado o de la forma equivocada, porque la apreciación de la belleza, así como la del arte, requiere de un entrenamiento de la razón y de los sentidos. Entonces, si no se encuentra, hay frustración. Y la infelicidad de uno, es la infelicidad de por lo menos otro, porque nadie está tan solo; y esa cadena un día llega o por lo menos nos roza.