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Bronowski

Para media década de 1970, hacia mis treinta años, yo era un cajón de datos, portafolio mental de información (diría hoy disco duro vivo), reservorio de fechas y anécdotas literarias, bulto de citas, prontuario de autores leídos, incluso Don Quijote y la mitad de La Divina Comedia (insoportable la segunda parte), Los Vedas, la Biblia y el Ramayana (viaje del dios Rama), Whitman y John Donne (exquisito poeta a quien desconoce Honduras), un pedantito sabelotodo que casi siempre supo disimular su omnisciencia y que, como indica el término, disponía de respuesta para todo. Era, digamos, una mediana enciclopedia tropical en construcción, bolsa de efemérides, particularmente de autores y artistas. recitador de Shakespeare en español y no digamos de Berceo, Garcilaso, Góngora, Lope, Zorrilla (“Don Juan Tenorio”), Miguel Hernández, uff, noches tras noches de ingrato desvelo volcado a la obsesión de leer y comprender... Y que no agrego, por ocurrir más tarde, a Longo, Hemingway, Víctor Hugo y el atesorado maestro Alejo Carpentier, cuya mininovela “El acoso” me educó en el arte de escribir.

Faltaba, empero, el cemento unitivo articulador para aquel cúmulo de saber, que ni sería tanto. Los maestros como que me habían alzado la duramadre (una de las tres membranas que rodean y protegen al cerebro) y volcado allí costaladas de información, excepto que suelta, desarticulada, por veces caótica. Y entonces una noche enciendo la televisión y anuncian que presentan el primer capítulo de la serie “El ascenso del hombre” que produjo la BBC y que es éxito mundial. Épocas en que los medios eran menos banales.

La creó Jacob Bronowski, matemático polaco de origen judío dedicado en su mayoría de vida a la divulgación científica. “El ascenso del hombre”, luego condensado en libro con similar título, “describe en 13 capítulos la historia del desarrollo cognitivo del ser humano, sus ganancias y pérdidas, dolores y aciertos, lo que convirtió a Bronowski en uno de los pocos representantes (el primero quizás) de un humanismo renacentista en pleno siglo XX.

Fue poeta, inventor, dramaturgo, publicó once libros. A su muerte (1974) laboraba en el Instituto Salk de Estudios Biológicos, en California, EUA. La matanza ocasionada por el estallido de las bombas atómicas en Nagasaki e Hiroshima le estremeció la conciencia y lo volcó a la paz, particularmente al ver el modo cruel en que había sido utilizada la ciencia, así como su terrible daño contra la humanidad. Y desde entonces concentró su inteligencia en entender como había sido la evolución del cerebro y la cultura humanas, desde el homo sapiens al de la modernidad. Ese camino lo llevó a la filosofía y de esta a la ética. Bronowski sobresale entre los más brillantes pacifistas del orbe.

Ver la serie en YouTube o leer la obra es comprender cuánto oxigena a la inteligencia el conocimiento. Los datos y fechas no son importantes sino la causalidad impresa bajo la anodina apariencia y, ante todo, el indetenible proceso de descubrimiento a que se somete el hombre hilando orígenes, causas y detalles, comparando y diferenciando y, particularmente, oh maravilla, creando con lucidez y estética. Un maestro, para mi fortuna, en el minuto preciso de mi maduración intelectual.