Columnistas

Batalla decisiva

Del 27 al 29 de febrero se libraron intensos combates entre defensores y atacantes; la recompensa, la posesión de San Pedro Sula, importante centro comercial, agrícola y de transporte ferroviario, “la llave de la Costa Norte”. Tosta posicionó 60 soldados en Calpules portando numerosas banderas, haciendo creer al adversario que allí se concentraba su ejército, desplazándose con el grueso de efectivos a las alturas de trincheras, cerro Will, Cofradía, Palmar, Choloma, hasta ingresar victorioso a la urbe costeña el 3 de marzo de 1924.

Sus defensores, para evitar ser rodeados la abandonaron, desplazándose hacia Cuyamel y Omoa, que también caen en poder de los insurgentes. Así comenta Ribas de Cantruy el desenlace: “Para el gobierno de la dictadura es un golpe de gran efecto, pues todas sus esperanzas se cifraban en el ejército del general Lagos... Al mando de sus mejores jefes, los generales Salvador M. Cisneros, Ángel y Arturo Matute, Ceferino Delgado, Fidel Carías, J. M. Mendoza, L. Del Cid, Simón Aguilar, Manuel Antonio López, Romualdo Figueroa, Luis Mejía Moreno, Eusebio Bonilla, Gonzalo Navarro, Espinoza y cuatro mas”. Tosta, a marchas forzadas, se dirigió a la floreciente ciudad puerto de La Ceiba, sede de la Vaccaro Brothers Co., empresa bananera menos poderosa que la United Fruit pero con mayor grado de diversificación económica. Previamente había ocupado Puerto Cortés, tras el retiro de los marinos desembarcados del navío de guerra Denver.

El vicecónsul estadounidense en Puerto Castilla, en donde la United Fruit creó la subsidiaria Truxillo Railroad Co., Willard L. Beaulac, autor del libro “Diplomático de Carrera”, relatando su desempeño diplomático en distintos países. Refiriéndose a Honduras anotó: “Era fácil darse cuenta que el negocio y la principal razón de ser de La Ceiba eran las bananas. Más tarde supe que la razón de ser del consulado americano eran las bananas y la política, es decir, la política de Honduras, campo de batalla de la política centroamericana... Una parte de la rutina era que si el ejército revolucionario se aproximaba a una ciudad mantenida por el gobierno, o viceversa, los marinos, generalmente amparados por los cañones del barco, la evacuaran. Esto significaba que cualquier lucha que pudiera haber tenía que llevarse a cabo fuera de la ciudad...

Puerto Castilla cambió eventualmente de mano mediante el recurso de cambiarse de brazaletes.” (citado por Ramón Oquelí, Gente y situaciones, Tomo I, pp. 174-175).

Entre tanto, en la capital, el cuerpo diplomático solicitaba al gobierno el 4 de marzo, que siendo “evidente que Tegucigalpa está en vísperas de ser atacada por las fuerzas revolucionarias”, que “no es ningún secreto que el gobierno de Honduras está dispuesto a resistir, a pesar de que las principales poblaciones de la Costa Norte están ya en poder de la revolución, y que una resistencia en la capital no puede en ningún caso dominar el movimiento revolucionario que ya se ha extendido por todo el país, causando graves pérdidas en vidas y en propiedad”, exhortaba a fin de que entablar pláticas con la oposición, o luchar fuera de la ciudad.

Ese mismo día, la batalla de Zambrano le era favorable a Ferrera, acercándose cada vez más a la última ciudad en manos gubernamentales.