Columnistas

Aprender la violencia

De la escuela se dice tanto, que es el segundo hogar, que es el lugar donde se aprenden los primeros rudimentos de las ciencias, las lenguas y las artes. Se dice también que es donde se fortalecen algunos valores y se aprenden otros. Es, al fin y al cabo, una pequeña sociedad, y mucho de lo que sucede en ella es un espejo de lo que sucede en la realidad. La escuela es también, lastimosamente, el lugar donde muchas veces se conoce y hasta se aprende la violencia.

Cualquier persona, hasta la menos ilustrada de nuestro país, sabe que Honduras es un país muy violento. En más de una ocasión Tegucigalpa y San Pedro Sula han acaparado la atención de medios internacionales al figurar, por sus cifras, entre los lugares más violentos del mundo. Según estimaciones de la Policía Nacional se espera que 2022 cierre con una tasa de homicidios de 36.75 por cada 100 mil habitantes. La violencia se respira en los mercados, en el tráfico, en las familias, en el fútbol y, por supuesto, en las escuelas.

La violencia más evidente en las escuelas es la física. Quiero dividir esta dimensión en dos partes. Primero, hay que recordar que muchas escuelas, públicas y privadas, están ubicadas en contextos sociales poco favorables, entonces, se desarrolla dentro de estas un relato sobre la violencia que no es el más sano, puesto que se la normaliza. Se consumen en las escuelas relatos de las muertes, los asaltos y demás crímenes que suceden en la zona.

La segunda parte es la violencia que se pueda dar entre los mismos estudiantes. Probablemente cualquier escuela del mundo haya sido testigo de que dos niños, por no poder solucionar sus problemas con otros recursos, se van a los golpes. Pero creo que el contexto de una sociedad que puede llegar a escalas de violencia otrora insospechadas hace la situación digna de atención y estudio. Quisiera creer que no debo apuntar un tercer tipo de violencia en los centros educativos, porque eso de que un profesor agrede, aunque sea de una manera mínima a un estudiante, es cosa del pasado.

Además, hay unas violencias solapadas, como la simbólica. La figura del docente es quizá una de las más verticales que existen, y puede pasar, que el ejercicio de la cuota del poder que tienen los profesores en el salón de clases sea una plataforma para maltratos verbales y psicológicos hacia los niños. Una mala mirada basta. A veces la corrección dentro del aula se convierte en un acto de venganza. En la escuela, por ejemplo, se aprende la imposición, como en ningún otro sitio. Son, sin duda, patrones que los niños pueden aprender y reproducir con su prójimo.

Ese es un mal que también debe ir quedando en el pasado. El respeto, la tolerancia y la paciencia solo se puede enseñar practicándola.Del mismo modo, un niño puede conocer el maltrato simbólico de parte de sus compañeros. Las burlas, los insultos, los apodos hirientes y las frases malintencionadas pueden hacer un daño permanente en los niños, con el agravante de que como la escuela es para aprender, los niños aprenden a actuar de la misma manera.

Las escuelas deben ser un lugar de paz y de educación para la paz; deben, de alguna manera, ser revolucionarias y hacerle la contra a todo un sistema opresor y violento. Ese es quizá el granito de arena que esperamos de parte de la educación para cambiar esta trágica historia llamada Honduras.