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América según Mafalda

La semana pasada asaltó al mundo la triste noticia de la muerte de Quino, creador de la tira cómica latinoamericana por excelencia y el legado más grande que le dejó a la humanidad: Mafalda. Ha muerto, evidentemente, un gran pensador, un intelectual, de las mentes más frescas y agudas que haya dado la lengua española en el siglo pasado. No hay otra forma de hacer buen humor si no es con esas características. Mafalda es idolatrada en América Latina porque Mafalda es América Latina, sin lugar a duda. A pesar de que es una niña de seis a ocho años tiene una cabeza muy bien asentada y es, además, muy habilidosa. Pero no deja de ser inocente y, por lo tanto, no entiende a veces el mundo (la clave de muchos de los chistes ha sido esa). No sabe exactamente qué es lo que sucede alrededor. Y aunque muchas veces cuestiona a la humanidad misma, poco puede hacer para cambiar algo de ella, al fin y al cabo, es una nena (para decirlo en buen dialecto argentino). Eso la descorazona y nos descorazona en muchas ocasiones.

Lo curioso es que la primera edición de Mafalda se publicó en septiembre 1964 y la última en 1973. Quino se queja, se ríe, critica, cuestiona a través de la tira en ese lapso las mismas cosas de que nos quejamos, reímos, criticamos y cuestionamos en la actualidad. Parece que hace más de cincuenta años el mundo era tan absurdo como ahora. Ella no creció en la tira (al menos no mucho) y parece que nosotros tampoco. Seguimos teniendo las mismas dudas y los mismos conflictos y, sobre todo, seguimos cometiendo los mismos errores.

Los personajes que la rodean son solo un pretexto más para hablar de lo que pasa en el mundo. Y todos ellos se parecen a nosotros, y es aquí cuando surge la crítica más satírica. ¡Es tan fácil encasillarnos! Sí, yo sé que muy posiblemente Susanita, Felipe, Manolito, los papás y demás personajes existieron por razones dramáticas, más propias de la tira que por una crítica en sí. Sin embargo, cualquiera que sea la razón, si es fácil entrar en el esquema es porque somos un producto de fábrica más que uno artesanal. Penosamente no somos una construcción de nosotros mismos sino del mercado. Mucho de eso hay en las tiras. Y lo más importante, recordemos que son niños los personajes. No es acaso una forma de decirnos lo infantiles que pueden llegar a ser algunas actitudes. Son niños porque no pueden hacer nada ante la avalancha que es el mundo, nada está en sus manos: solo la propia actitud hacia la vida. Claro, todo esto es una exégesis y está visto entre líneas y con mucho subtexto: así es el arte y así es la ficción. Toda obra es una carta abierta a la humanidad, incluida la que hoy nos ocupa. El siguiente paso es saber qué hacer con esa carta abierta. Qué estrategia seguir para que el mundo no nos siga desbordando.

A Mafalda, claro está, también podemos leerla desde su superficie, reírnos y encariñarnos de su dulzura. La vamos a disfrutar, pero lo más importante surge cuando nos la tomamos muy en serio, cuando nos lleva a la crítica severa contra nosotros que somos, en una suerte de metonimia, el mundo mismo. Yo cuando necesito una alta dosis de realidad me voy a la ficción, porque la ficción se niega a sí misma y busca la realidad y la realidad se niega a sí misma y busca la ficción. Y posiblemente Mafalda nunca deje de estar vigente, porque posiblemente América Latina y el mundo en general nunca cambiarán.