Columnistas

Cuatro de la madrugada, 18 de diciembre de 2017 --veinte días tras la votación masiva a favor de la resistencia y el cambio pero cuando, similar, el papagayo asentado en el tribunal de elecciones anuncia que su admirado líder narco, JOH, supera a la voluntad popular... Parto a compromisos en Europa pero quedo anclado en el aeropuerto Villeda Morales a espera de un vuelo que sale al mediodía siguiente, dentro de ocho horas. No dormimos anoche aguardando el informe de OEA, el mensaje de Almagro y las noticias que advertían que el pueblo estaba envuelto en ira por la consumación del fraude, y por ende decidimos con Flor, mi esposa, no aguardar hasta el lunes sino emprender carrera al aeródromo previo a que la violencia clausure avenidas... Son mis notas de entonces.

El taxi madrugador no cumplió, cual convenido, sino hasta las 02:00. Cero automóviles en la ruta, desierto político. Los policías desaparecieron del reino de la noche, igual que a la policía militar la asistía el derecho al miedo. Recorrimos la urbe en veloz silencio mientras el taxista Óscar aceleraba a 90 km y apenas si se contenía en las intersecciones, hasta la altura oriental de Megaplaza, donde surgieron un retén castrense y dos tiendas saqueadas. Vomitaba humos un camión en llamas. Íbamos a colonias y barrios rebeldes... La Policía y ejército represivos asesinaban a 33 pensadores socialistas...

De allí al ya extinto peaje (destruido por la comuna) cruzamos cuatro restos de tomas populares ocurridas en la noche. Piedra y ladrillos cubriendo la senda, ramas e incluso árboles descuajados por la rabia popular: latas, cartones, llantas ardidas bajo capas de cieno. Ni un alma en la calle excepto los retenes y dos raros autos grises que cruzaron a ultimada velocidad rumbo a La Lima, probable un ministro...

A la altura de Chotepe vimos huellas de combate. La ceniza parda de los neumáticos incendiados y rocas a la vera, apartadas por otros viajeros, más cierta impresionante memoria de Vietnam: un viejo autobús chamuscado en la senda de retorno más un contenedor volcado por el pueblo en la calle. No hay paso, perdimos la esperanza de entrar al aeropuerto, tictac de 2:40 por la noche.

De algún modo Óscar, único taxista laborando en la ciudad, subió el breve auto sobre la mediana y lo estabilizó antes de volver al pavimento, en tanto sus colegas llamaban para vigilar siguiera seguro y para recabar datos de cuanto acontecía. Los protestantes habían ido a descansar tras la primera jornada pero retornarían, que duda, al amanecer...

Cierto postrero comando nos detuvo antes de ingresar a la terminal. El soldado, agotado o distraído, preguntó hacia dónde partíamos, consulta absurda si transitábamos el bulevar a la pista. Y tras responder que al aeropuerto insistió en conocer qué vuelo tomábamos. Quedó surumbo cuando explicamos que a mediodía del lunes, media jornada después. Vio su reloj, eran siete horas antes: “qué locos”, pensó.

Loco era él, con arma guerrera y uniforme de batalla, como si asistiera a enfrentar otros iguales y no un pueblo que esgrimía ira noble contra la injusticia histórica del fraude electoral. Aunque tensos y desvelados ni titubeamos para exclamar en voz alta, inermes a la represión, mientras arrancábamos de nuevo: “pa juera es que vas”...