Columnistas

1969-2019: aspectos bélicos

El coronel César Elvir Sierra sostiene que los planes salvadoreños de agresión hacia Honduras se venían gestando con antelación a la invasión en 1969, inspirados en la doctrina hitleriana del “espacio vital”. La Fuerza Armada del vecino país ha, tradicionalmente, considerado ser “los prusianos de Centroamérica”, en rivalidad histórica con Guatemala en afán de liderazgo ístmico.

Al momento del ataque, El Salvador utilizó combinación de operaciones militares con desinformación propagandística, y, durante décadas, infiltración económica: inversiones, adquisición o fundación de empresas, con el propósito de ir convirtiendo a Honduras en apéndice salvadoreño importador de manufacturas y abastecedor de productos agropecuarios. Estimuló la migración masiva de sus compatriotas pobres hacia Honduras, como válvula de escape que aliviara las graves tensiones sociales acumuladas en razón de la alta concentración de la riqueza en manos de una élite, resultado de un sistema político excluyente que recurría a la represión, incluso en gran escala como lo atestiguan las matanzas de 1932 en que se masacraron a miles de campesinos, bajo la dictadura de Hernández Martínez.

La invasión tomó por sorpresa al Estado Mayor hondureño, pese a la escalada de incidentes fronterizos premonitorios y a las advertencias de nuestro embajador en El Salvador relativas a la inminencia de un conflicto armado. Nuestra Alto Mando demostró incompetencia, ausencia de preparación, corrupción reflejada en la existencia de planillas infladas de efectivos inexistentes; adicionalmente, el armamento disponible era obsoleto, con diversidad de calibres y municiones. Si en la guerra por las Malvinas, la Fuerza Aérea argentina fue la rama sobresaliente, algo similar sucedió con la nuestra, merced al excelente entrenamiento de los pilotos, su espíritu de cuerpo y el respaldo de mecánicos y personal de mantenimiento. Los bombardeos a las refinerías petroleras salvadoreñas contribuyeron a reducir las reservas de combustible enemigas y con ello su capacidad de desplazamiento.

El respaldo masivo del pueblo hondureño, con donaciones monetarias, de alimentos y víveres, compensó en buen grado el desabastecimiento que enfrentaban las vanguardias de nuestra infantería. ¿Quién de los bandos ganó la guerra? Ninguno, muertos, heridos, mutilados en ambos bandos, sobre todo entre nuestra población civil. En 1980 se firmó el Tratado de Paz entre las partes, pendientes de delimitar sus límites fronterizos, terrestres y marítimos. La “guerra relámpago” vaticinada por el triunfalismo salvadoreño que vaticinaba la captura de Tegucigalpa y Puerto Cortés en cuestión de días, no logró avanzar más allá de Ocotepeque. Las tácticas defensivas hondureñas habían provocado un rápido desgaste del enemigo. Incluso se pudo haber pasado al contraataque, nunca autorizado por el Jefe de las Fuerzas Armadas. La estrategia salvadoreña había fracasado en sus objetivos iniciales de rápido desplazamiento y aniquilamiento de nuestras posiciones. El horror y la tragedia de la guerra civil pronto estallaría en El Salvador.