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Se contrata solo viejitos

Solamente en esta región se contrata para trabajar a ciudadanos de la tercera y cuarta edad, porque en el resto del país, la edad que se exige es de 35 años como máximo para poder laborar en la empresa privada. Resulta que las empresas que comercializan sus derivados de la leche, utilizando pequeños vehículos, que el vendedor empuja con sus manos, mientras hace sonar una campanilla para atraer la atención de los clientes: niños que exigen a sus padres o familiares comprarles un cono, una lechita, helados o una paleta rellena de chocolate o de fruta, casi van a la quiebra en los últimos meses. Igual crisis registraron, en el mismo lapso, panaderías y casas comerciales distribuidoras de alimentos por entrega en las aldeas de este municipio y en la misma ciudad.

Se contrataron jóvenes de 18 a 25 años, con grado de educación media, pues este (Olanchito) es uno de los municipios con menos analfabetos, con saturación de colegios, centros regionales universitarios, escuelas en la ciudad y escuelas y colegios en las aldeas, como lo exige el sector productivo
privado del país.

Mientras, en Japón, Alemania y otros países desarrollados, las grandes y pequeñas empresas mantienen en sus planillas a ciudadanos de la tercera edad, sea como asesores creativos o para entrenar a los jóvenes, debido a su larga experiencia obtenida en los mismos centros de trabajo o en otras entidades productivas. Aquí, en mi país, solamente contratan a menores de 35 años, exigiendo experiencia a recién graduados. ¡Habrase visto!

Todo transcurría con normalidad, pero los medios de comunicación -nacionales y extranjeros- comenzaron a divulgar noticias sobre centenares de ciudadanos hondureños que marchaban en caravana hacia la frontera de Estados Unidos de América, atravesando Guatemala y México, en busca de una vida mejor, porque aquí no se podía conseguir empleo o porque atravesaban momentos difíciles por la inseguridad existente, sin el debido
control policial.

Los jóvenes que venden paletas, conos y otros, perciben a diario cierta cantidad de dinero, según la cantidad de producto que se les dota, al igual que los vendedores de pan.

Casi todos, como si se pusiesen de acuerdo, abandonaron en forma escalonada sus labores, dejando botados en cualquier lugar los carros y carretillas, llevándose en sus bolsillos el producto de la venta diaria respectiva, para unirse a una u otra de las caravanas que han salido del país con destino hacia la frontera estadounidense.

Hoy, las carretillas de venta de helados y otros son empujadas despaciosamente por señores de la tercera edad -algunos atrevidos comerciantes han ido hasta las puertas del asilo local en busca de potenciales empleados- y se reclutan motoristas por igual para vender pan.