Cartas al editor

El augurio de los cuervos

Desde que mi hija nació, y por esas cuestiones de la vida, a mí me tocó cuidarla, caminó casi a los 12 meses, y ya cuando tenía 15, nadie la paraba; salía a la sala, luego al patio y tocaba andar detrás de ella parte de la mañana y toda la tarde.

Ya cuando cumplió sus 18 meses, que ya entendía un poco más, me salía con ella a la parte de enfrente, afuera de la casa, pues entendía que no podía caminar hacia la calle. En la parte de enfrente estaba el tendido eléctrico y en él se posaban muchas palomas, mientras que en el poste que estaba justo casi a la entrada de la casa, se posaba un cuervo siempre que yo me salía con mi niña; porque yo, cuando salía en otras ocasiones, no escuchaba su graznido, tengo que admitir que siempre salíamos entre las 3:30 a 4:00 PM, ya cuando el sol emanaba sus rayos sin tanta agresividad, porque el sol de la costa norte, y de este pueblo en particular es bastante exasperante, pero cuando llegaba la sombra disfrutábamos viendo los vehículos pasar, se cumplieron los 24 meses de edad de mi hija, y en todo ese tiempo durante nuestras salidas tres o cuatro veces por semana, estaba a nuestra espera aquel cuervo, no esperaba ni un minuto a que estuviéramos sentados y comenzaba con su llamativo canto.

Elenita siempre lo quedaba viendo como sorprendida y a la vez inquieta, y fue justo ese día 13 de diciembre cuando el maldito cuervo comenzó de nuevo a inquietarme con su bulla, al parecer ese día no soportaba nuestra presencia, y la pequeña corrió a mis brazos asustada, entramos a la casa de nuevo, la niña me pidió su pepito, y al encender la estufa para hervir el agua una llama se levantó frente a mi rostro y provocó un incendio, salimos de nuevo, y al gritar por auxilio nuestro clamor fue opacado por un choque entre dos motocicletas, por suerte el machete estaba en el patio, y mientras la casa se quemaba yo destrozaba aquel poste. Los bomberos dijeron que pude evitar el incendio, pero me tuve que deshacer del cuervo. (Cuento)