Dolor, sufrimiento y maldad: los rostros del Vía Crucis que conmueven a Honduras
Cada año, grupos de devotos reviven en las calles de Honduras la Pasión de Jesucristo, a través de dramatizaciones cargadas de realismo y un profundo mensaje bíblico.
- 18 de abril de 2025 a las 09:15

Cada año, un grupo de devotos revive en las calles de Honduras la Pasión de Jesucristo, a través de dramatizaciones cargadas de realismo y profundo mensaje bíblico.

Los cuadros vivos de la parroquia El Calvario de Comayagüela ensayan durante meses con gran dedicación para convertir cada escena en un verdadero testimonio de fe y conversión.

Poder, soberbia y desdén. La figura de Poncio Pilato cobra vida para representar la cobardía de quienes, por temor o conveniencia, se lavan las manos frente a la injusticia y cometer los actos más impuros.

Jesús es presentado a Pilatos, quien le cuestiona, con un tono soberbio, cómo su propio pueblo lo ha entregado. El Hijo del carpintero, con la serenidad de lo divino, le responde: “Mi reino no es de este mundo”.

Pilatos, conocedor que no hay cargos contra Jesús, decide lavar su conciencia del crimen que está a punto de ordenar contra un hombre justo, cediendo a las presiones de los demás.

Con el rostro sombrío y marcado por cicatrices, una figura siniestra se desliza entre el público. Es el Príncipe de las Tinieblas, siempre al acecho, presente en cada estación.

El diablo se complace en silencio del sufrimiento del Señor. Hace apenas unos días, el pueblo aclamaba a Jesús con palmas, cantos y aplausos; hoy, lo traiciona camino a la cruz.

Sangre y fe: los hermanos Mario (Jesús) y Erik Juárez (el diablo) encarnan la eterna lucha entre el bien y el mal en el Viacrucis vivo de la parroquia El Calvario, una tradición que mantienen desde hace unos 15 años.

Erik Juárez, el Satanás en el Viacrucis de la parroquia El Calvario, no solo se prepara como actor: también reza con fervor, para que el personaje que interpreta nunca conquiste su alma.

La sangre, las heridas y los azotes no son reales, pero la fe y la devoción sí.

En el camino del Gólgota, el sufrimiento se mezcla con tristeza en la mirada de Jesús.

Las mujeres lloran y sufren, como símbolo de la pureza y la compasión. Contemplan, impotentes, cómo el Hijo de Dios recibe azotes y latigazos sin piedad. Nadie detiene esta injusticia.

En el centro histórico de la capital, un grupo de jóvenes también revivió, con entrega y favor, los momentos que marcaron un antes y después en el cristianismo.

Simón de Cirene, uno de los pocos que se apiadó. Con su gesto, le dice al Señor: “No estás solo”. Le ofrece su espalda para cargar la cruz, como Cristo lo hace a diario con nuestras cargas.

En la cuarta estación del Víacrucis, encuentro entre madre e hijo. Las miradas lo dicen todo: María, con el alma traspasada por una espada, observa los golpes contra su vástago; Jesús siente el consuelo y la ternura de ella.

El Poncio Pilato de la Catedral San Miguel Arcángel destila altivez, soberbia y desprecio.

En los cuadros vivos de la Catedral Metropolitana San Miguel Arcángel, el maligno también acecha. Jesús parece desfallecer, pero la historia es clara: el bien siempre triunfa sobre el mal.

Los jóvenes que encarnan a Jesús también deben brindar un testimonio en vida de la cristiandad, el evangelio y la fe.

Las tres caídas de Jesús estremecen. Ver al Hijo de Dios desplomarse bajo el peso de la cruz no solo conmueve, sino que invitan a reflexionar: ¿Cuántas veces hemos caído? ¿Nos levantamos? ¿Quién nos ayuda?

Jesús grita. Los clavos ásperos perforan sus manos, las mismas que sanaron a decenas de personas y consolaron a muchos corazones durante su cruzada evangelizadora, para colgarlo en la cruz.

Un rostro que refleja calma, pero es la expresión más genuina que no hay más fuerzas. Aún no ha sido elevado en la cruz, pero desde ya avisa que está por cumplirse su misión divina en esta tierra.