El desafío de los niños venezolanos migrantes: una odisea hacia el sueño americano
La historia de esta niña migrante venezolana de 12 años refleja la difícil travesía de miles de niños que atraviesan Centroamérica en busca del sueño americano
- 26 de septiembre de 2024 a las 00:00
La historia de esta pequeña venezolana de apenas 12 años es dura, no más que su travesía y todo lo que ha pasado desde que salió de su país. Aquí su relato en imágenes.
En un rincón de Tegucigalpa, bajo el sofocante calor del mediodía, una niña de 12 años sostiene entre sus manos una bolsa de dulces.
El semáforo en rojo le da un breve respiro, mientras camina entre los carros ofreciendo su mercancía con una voz apenas audible. Es solo una de los miles de niños venezolanos que han dejado atrás su hogar, cargando en sus mochilas muchos sueños y esperanza: llevan consigo los recuerdos de un viaje lleno de incertidumbre y peligro.
La crisis migratoria que afecta a miles de venezolanos no es un fenómeno nuevo, pero ha cobrado una dimensión alarmante en los últimos años. Según datos del Instituto Nacional de Migración (INM), más de 421,751 venezolanos han pasado por Honduras entre 2020 y 2024, y al menos 39,575 de ellos son niños. Estos pequeños viajeros enfrentan desafíos descomunales, desde la falta de alimentos hasta los peligros de las rutas clandestinas.
La pequeña migrante, que ahora vende dulces en las calles de Tegucigalpa, comparte fragmentos de su travesía. Su historia, como la de muchos otros niños migrantes, comienza en Venezuela, un país que sus padres abandonaron con la esperanza de un futuro mejor. Su viaje la llevó a cruzar la temida selva del Darién, una franja de jungla que conecta Sudamérica con Centroamérica y que ha sido testigo de innumerables tragedias humanas.
“Vi cosas que nunca olvidaré”, confiesa la niña con voz temblorosa. “Había gente que se caía, que no podía seguir caminando”. Aunque evita hablar de los detalles más oscuros de su travesía, su mirada lo dice todo. La selva dejó cicatrices invisibles en su corazón, pero también un profundo deseo de seguir adelante.
El destino final de esta familia es Estados Unidos, el sueño de millones de migrantes que ven en ese país una oportunidad para rehacer sus vidas, sin embargo, quieren volver a Venezuela y poner un negocio para que sus condiciones mejoren.
A pesar de todo, la niña aún sueña. “Quiero ser cirujana”, dice con una sonrisa tímida, como si al decirlo en voz alta lo hiciera más real. Mientras tanto, sigue ayudando a su familia a sobrevivir vendiendo dulces en las calles de Honduras, un país que se ha convertido en un refugio temporal para muchos migrantes como ella.
A diferencia de otros países de tránsito, Honduras ha sido para esta niña y su familia un lugar donde han encontrado algo de alivio. “La gente aquí es buena. Nos han ayudado”, comenta su madre.
Aunque la vida sigue siendo dura, han encontrado en los hondureños una mano amiga, que les ofrece un plato de comida o un pequeño gesto de solidaridad.
Pero la realidad de los migrantes en Honduras no es fácil. Muchos de ellos, incluidos los niños, enfrentan la discriminación, la falta de acceso a servicios básicos y la constante incertidumbre sobre su futuro.
Para ella, cada día es una lucha por adaptarse, por encontrar un momento de normalidad en medio de una vida que ha sido todo menos eso.
La historia de esta niña es solo una entre miles. Cada niño migrante lleva consigo no solo el peso de su travesía, sino también la esperanza de un futuro mejor. Sin embargo, las cicatrices emocionales que deja el viaje son profundas y a menudo invisibles.
Mientras su familia sigue avanzando hacia un futuro incierto, continúa vendiendo dulces, soñando con ser cirujana y, quizás algún día, dejar atrás los horrores de un viaje que nunca debería haber tenido que hacer.
Para ella, como para tantos otros niños migrantes, el camino hacia la esperanza está lleno de obstáculos, pero también de pequeños momentos de humanidad que le dan fuerza para seguir adelante.