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Subjetividad y realismo en los retratos de Patricia Nieto

El dominio técnico no lo es todo en el arte, sin embargo, no tenerlo cuando la obra así lo requiere es un problema; ir más allá de la academia siempre será un reto

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05.12.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-El 18 de agosto de 1888 Van Gogh le cuenta a su hermano Theo cómo le gustaría pintar al poeta belga Eugéne Boch: “Quiero hacer el retrato de un amigo, de un artista que sueña grandes sueños. Este hombre será rubio, quisiera pintar en el cuadro toda la admiración, todo el amor que siento por él. Para empezar lo pintaré tal como es, tan fielmente como me sea posible. Pero con esto no está terminado el cuadro, para completarlo me convertiré ahora en colorista arbitrario. Exagero el rubio de su cabello: llego a tonos naranjas, a un amarillo cromo, a un claro color limón. Detrás de la cabeza pinto el infinito, hago un fondo con el azul más fuerte que puedo producir. Y así la rubia cabeza luminosa sobre el fondo de azul opulento adquiere un efecto místico, como la estrella en el profundo cielo”.

Esta descripción visual del maestro holandés nos deja una lección: la fidelidad en el retrato puede ser un punto de partida, pero no el punto de llegada. Cuando dice “para completarlo me convertiré en colorista arbitrario”, está afirmando que ya no seguirá los dictados de la representación naturalista, que su retrato estará tocado por la magia de la invención, característica de la modernidad desde los inicios del romanticismo.

Patricia Nieto, en cambio, se aferra al tratamiento naturalista de la imagen y para ello recurre a los medios que le proporciona la academia, pero hay algo que la acerca a la visión de Van Gogh: el retrato debe ir más allá de la fiel representación, debe ser tocado por el arte, por la sensibilidad del artista, el retrato no debe informar sobre el parecido de una persona, debe, sobre todo, captar el entorno social, cultural y psíquico del personaje.

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“De la calle al lienzo”

Así se titula el proyecto emprendido en Madrid, España, donde reside desde el año 2010, lo que le ha permitido interactuar con personas inmigrantes, refugiados y españoles de distintos estamentos sociales. Este amplio panorama sociocultural es el que le ha permitido construir su universo estético. Nieto centra su mirada en el ser humano y en su existencia cotidiana dándole la espalda a los temas mitológicos, religiosos, fantásticos y oníricos. Prefiere construir una radiografía visual de la vida de sus retratados.

Su arte no llega a la denuncia social, no es esa su preocupación a pesar de que sus personajes surgen de la aventura en la calle, de ese ir y venir por los espacios y rincones de una ciudad frenética y seductora a la vez que ilusiona y margina sin piedad. Más bien, su pincel actúa como si fuera una cámara fotográfica que captura sus rostros, los congela en el tiempo y en su circunstancia íntima.

No denuncia, por tanto, describe, narra una emoción o una historia. Es como si el pincel de Nieto narrara una vida. En otro momento, su pintura se detiene en los rasgos físicos para enaltecer el orgullo de una raza; no se queda extasiada en la admirable ejecución del referente tal como sucede en “Chica de Senegal” y en la obra “De la calle al lienzo”; en estas piezas, el recurso naturalista que utiliza solo tiene el propósito de realizar una exploración de carácter antropológico. Más que retratos, Patricia Nieto construye identidades.

Es la calle la zona de tránsito de su pincel, ella lo explica así: “Si hoy puedo contar esta historia de historias en mis cuadros es por todas esas personas que he ido encontrándome en el camino. Y es precisamente, en este camino, donde encuentro el concepto que ando buscando”.

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La academia: una deuda saldada... ¿Y ahora qué?

Siempre he sostenido que la propuesta artística termina sugiriendo las estrategias de representación o de conceptualización de una imagen, en este caso, como ya señalé al inicio de este trabajo, Nieto recurre a los códigos de la academia porque son los que mejor se ajustan a su nivel de representación. No sabemos si está dispuesta a ir más allá de los recursos que la academia le ha proporcionado, pero lo que sí está claro es que es una artista coherente porque existe una imbricación entre su estrategia de representación y su propuesta artística.

Patricia Nieto, egresada de la Escuela Nacional de Bellas Artes en Honduras (2007) y con un curso de pintura y diseño realizado en Florencia, Italia (2016), tiene sus deudas saldadas con la academia.

Allí están las miradas, el brillo de los ojos, la curvatura de una ceja, una boca necesitada o glamurosa, una piel tersa o envejecida, unas manos solidarias; nada físico está oculto porque nada humano es un misterio.

Su lenguaje académico exhibe estos rostros con un orgullo técnico al que tiene derecho, pero esa tentativa tiene un límite: el ser humano siempre apuesta por ir más allá de la tradición y sus normas. La modernidad lo lanzó a un mundo sin fondo y sin cielo firme, gravita entre múltiples espejos, construye nuevos paradigmas existenciales, crea nuevos espacios socioculturales, ya no hay quietud posible, su cuerpo y su rostro cambian y se desgarran constantemente dentro de una cultura vertiginosa y atroz. ¿Podrán las normas de la academia ser la únicas que puedan captar el alma y la fisonomía de un ser que se disuelve en el vértigo de la prisa y el vacío moral?

El realismo de la segunda mitad del siglo XIX nos dijo: “No más mendigos lindos, calles y vistas pintorescas, campesinos contentos y saludables, etc.”. A favor de Nieto diremos que ella no embellece, solo describe y contextualiza lo que ve, pero el preciosismo de su técnica hace pensar erróneamente que ella estetiza sus rostros, pero no es ese su propósito. Es posible que esa búsqueda exterior e interior del ser humano la lleve de la línea ondulante y bien definida a una línea sinuosa y febril que capte en su expresión el nervio de esta contemporaneidad arrogante y absurda; quizá más adelante, el empaste cuidadoso y brillante que hoy da forma a sus rostros, se desplace hacia la deformación pictórica, buscando abrir “… zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte” como diría el poeta César Vallejo en los “Heraldos negros”.

Por ahora, los códigos de la academia le dan la seguridad que necesita para expresarse. Su lenguaje es diáfano, pero el mundo es sórdido, enrarecer esos códigos será un reto o quizá se apropie definitivamente de ellos para construir un realismo subjetivamente vigoroso y transgresor. Ella, con todo mérito, es dueña de lo que conoce.