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Raíz de todos los males

PABLO ESCOBAR|Yo compro policías, jueces, magistrados, políticos, pastores, sacerdotes, conciencias (...).
11.10.2014

NOTA INICIAL.

Este relato se basa en datos de Inteligencia de las instituciones que luchan contra el narcotráfico. Las entrevistas fueron autorizadas y dirigidas. Los agentes entrevistados usaron pasamontañas, igual que los testigos protegidos. Los testimonios fueron supervisados. Se censuraron fotografías, grabaciones y videos. Los nombres de los involucrados fueron omitidos por las propias fuentes. Se permite la descripción de la casa a discreción. Este relato forma parte de un trabajo de investigación mayor, titulado: “Los apóstoles del narcotráfico”, que se escribe en colaboración con las instituciones que combaten al Crimen Organizado.

Este avance representa un homenaje a los buenos policías, jueces y fiscales, hombres y mujeres que luchan sin descanso por devolverle la paz social a Honduras y por acabar con el flagelo en que se ha convertido el delito asociado a las drogas.

Nuestro agradecimiento a quienes autorizaron las entrevistas. Por el trabajo realizado, nuestras felicitaciones sinceras a los Ministros de Defensa y Seguridad, a los generales, a los fiscales, a los magistrados, a los periodistas, a los agentes, a los soldados y policías, a los detectives de la DNIC, a los analistas, a la tropa TIGRES, a la Policía Militar, a la Policía Nacional, al Ministerio Público y a los buenos amigos y amigas de la Corte Suprema de Justicia. Se escribe a solicitud de las fuentes que colaboran con esta Sección. Muy pronto “Operación Libélula, la captura del millón de lempiras” estará en manos de los lectores y lectoras de esta sección de diario EL HERALDO.

CONSEJO. El último carro en entrar fue la camioneta del Comisionado de Policía. Los guardias le abrieron el enorme portón de hierro y él avanzó por la callecita de concreto fundido. Eran las cinco y minutos de la mañana, una mañana fresca, llena de rocío, iluminada por un sol de oro que aparecía lentamente detrás de las montañas.
La enorme camioneta Kía avanzó despacio, bajo el arco de bambúes y ante los ojos fríos de las cámaras de seguridad.

Las flores soltaban un aroma dulce y relajante y los pájaros alegraban el ambiente, pero una tensión extraña se notaba en el rostro pálido del oficial; una tensión parecida al miedo.

Al fondo, en la cima de la colina, entre robles y pinos antiguos, estaba la casa, una enorme casa de piedra tallada, de dos pisos, techo alto, grandes ventanales franceses, balcones llenos de flores y una chimenea de piedra verde, alta como una torre.

Al frente estaban los carros. Uno más lujoso que el otro. Los choferes fumaban y conversaban entre ellos. Hombres armados se movían discretamente por todos lados. El Comisionado se estacionó en el sitio que habían designado para él y un hombre vestido con guayabera blanca y pantalón negro, con un porte claramente militar, vino a recibirlo, dijo algunas cosas por un radio comunicador, y empezó a caminar delante de él. El uniforme azul, impecable, la placa brillante sobre el corazón, los tres soles dorados sobre los hombros y a la izquierda del birrete que llevaba en una mano, los zapatos nítidamente limpios, su porte severo y su perfume embriagante. Faltaba algo. Su pistolera vacía, sujeta a la cintura.

- Sin armas ni teléfonos, Comisionado.

SALA. Los hombres que estaban en la sala conversaban entre ellos y saludaron con fría cortesía al Comisionado. En aquellos rostros había ira pero también había miedo, había fuerza pero también había ansiedad, casi desesperación.

Eran rostros diferentes, aunque los hermanara el delito. Eran los apóstoles del narcotráfico en Honduras, señores de vida y muerte, hombres que nadaban en dinero, que derrochaban en lujo y que podían derramar la sangre de sus enemigos sin el menor sentimiento, y que tenían algo en común: el terror a la extradición. Detrás de ellos estaban los abogados, los consejeros y los guardias más fieles; algunos de estos hacían de meseros. Era la mañana del sábado 16 de agosto de 2014, en una hermosa mansión de El Hatillo, en Tegucigalpa.

REUNION. El Comisionado pidió agua y no pudo evitar el temblor de sus manos al llevarse el vaso a la boca.

- Pagamos, seguimos pagando y de nada nos ha servido.

Los Capos de Colón, el Patrón de Patrones de Copán, El Don de El Hatillo, Don Alex, Los Dueños de San Pedro y el Señor de Roatán, Sergio de Ocotepeque, el Señor Pinto, Don Chinchilla, Chepe, el Capo del Sur… Y el “buen amigo de la Policía”.
- Ya de nada sirve el dinero, respondió el Comisionado. Juan Orlando va con todo. Los gringos no los van a dejar en paz hasta que se los lleven para Estados Unidos.
- Queremos negociar.

- Con Juan Orlando no se puede negociar.

- Tenemos planes. Vamos a hacer una demostración de fuerza.

- ¿Van a poner bombas?, ¿Van a matar a alguien?, ¿Van a secuestrar gente?. No les va a servir de nada. Más bien va a ser peor. Pero ustedes pueden hacer lo que quieran… Yo vine hasta aquí para decirles que solo hay una salida.

El Comisionado tembló una vez más, estaba pálido y sudaba a pesar del frío del aire acondicionado.

- Hasta ustedes se dieron vuelta.

La voz del señor Maradiaga sonaba más fuerte de lo que en realidad era. Su figura menuda, sus ojos negros, las manos cuadradas e inquietas, su ropa sencilla y lo bajo de su estatura contradecían el poder que en verdad representaba. El Comisionado lo miraba más con miedo que con respeto.

- Los abogados nos aconsejan que demos la pelea. Debe haber una forma…

- Don Javier, yo no quiero asustar a nadie porque nosotros mismos estamos asustados, pero los gringos solo van a negociar cuando estén allá, extraditados.

- Queremos al “sapo” que nos ha quemado…

- Nadie los ha quemado, señor.

- Dicen que el “Negro” Lobo negoció con los fiscales en Estados Unidos y que él nos entregó.

- ¡Eso es mentira! Entonces podrían decir que doña Digna Valle también está hablando más de la cuenta. Miren, ya estando allá cada quien se defiende como puede. “El Negro” se declaró culpable y negoció una reducción de la condena. Aquí se dicen muchas cosas. Nosotros conocemos gente de la DEA que nos dice como funcionan las cosas allá. ¿Ustedes quemarían a su misma gente?, ¿No, verdad? En esto no hay “sapos”. La DEA los conoce desde hace tiempo, les ha infiltrado gente, meseros, sirvientas, ordeñadores, conserjes, guarda espaldas; muchos son gente de la DEA. Les intervienen los teléfonos, les compran a su propia gente, y los vienen siguiendo desde hace años. Si no había pasado nada porque ustedes tienen amigos…

- ¡Amigos…!

- La DEA nos conoce a todos…, don Javier. Los gringos solo estaban esperando que llegara Juan Orlando. Confiaban más en él… Mi general Bonilla le pidió que lo dejara un año más como Director General, pero él no quiso. Puso a mi general Sabillón, a mi general Díaz y dejó al Ministro de Seguridad… Fortaleció a los TIGRES, a la Policía Militar, les dio más libertad a los gringos para que operen en Honduras… Con ese equipo van con todo… Hasta nosotros estamos en alas de cucaracha. Hay oficiales en la lista para ser acusados… Yo estoy en esa lista. Usted me dice que a qué vine, pues porque soy leal y agradecido, pero solo hablo por mi pellejo. Mejor entréguense, negocien que los lleven rápido para Estados Unidos, allá se arreglan con la Fiscalía; el tiempo pasa rápido… Si los agarran va a ser peor. En Guatemala no los quieren a ustedes… Si los agarran allá van directitos para los Estados…, esto, si no los matan antes los mexicanos… La gente de México no quiere cabos sueltos, eslabones débiles. La caída del “Chapo” es una mala señal. El Mayo Zambada va de cabeza. La DEA lo tiene cerquita. Y en esto todos son una sola familia… Miren, si Honduras los extradita, les va mejor… Consulten, pregunten, los abogados saben que esto es cierto…

Nadie abría la boca. Los todopoderosos señores estaban vencidos.

- Entonces, ¿hasta ustedes nos traicionaron?

El Comisionado abrió la boca.

- No, no; eso no.

- Queríamos soluciones. Estamos aquí porque queremos una salida, confiamos en ustedes y ustedes vienen a darnos consejos…

- No, nadie los vendió…, pero con este gobierno las cosas son diferentes…

Don Chepe abrió la boca por primera vez, había cólera en sus ojos enrojecidos, la barba de tres días le daba un tono de suciedad a su rostro, el Patrón de Patrones se sobaba los pelos blancos de su barba recién recortada. La enfermedad remarcaba la angustia en su rostro. Don Ache jugaba con un llavero.

- ¿Y si esperamos hasta que termine este gobierno…?

El Comisionado se permitió una risita nerviosa. El Dueño de Colón rechinó los dientes.

- ¡Ja! Juan Orlando va a durar más que Carías… ¿No saben eso?

- Sí no nos trae buenas noticias, entonces, ¿a que vino, coronel?

- A darles este mensaje. Entréguense, que sus abogados hablen, que negocien… Los siguen bien cerca… Les van a quitar todo. Al “Negro” Lobo lo dejaron sin nada, a los hijos de Ramón Matta los van a dejar en la calle si no se ponen vivos, y ustedes, antes de fin de año van a estar en Estados Unidos… Y si se enfrentan a los TIGRES o a la Policía Militar, los van a matar.

Se hizo el silencio. Un chef, vestido de blanco, anunció que estaba listo el desayuno. El motor de un helicóptero cayó del cielo y muchas miradas se clavaron en el rostro desencajado del oficial.

- ¿Cómo sabemos que no nos han vendido ustedes?

- Mire, don Javier…, si los hubiera vendido, ya les hubieran caído encima… ¿Ustedes creen que la DEA y la Policía no saben que ustedes están en Tegus? Lo que pasa es que los gringos están esperando… Si tuvieran órdenes de captura no los dejan respirar… Yo solo les digo la verdad…

Los hombres pasaron al comedor, una larga mesa rectangular tallada, con motivos dorados, manteles de colores y un enorme candelabro en el centro. Los platos estaban servidos.

- No quiero comer…

- ¿Ahora es que nos va a despreciar, coronel?

- No, no es eso; es que mi teléfono tiene GPS y si lo tengo apagado mucho tiempo van a sospechar…

- Y, ¿no le preocupa que sospechemos nosotros?
El oficial tragó saliva, abrió los ojos y trató de sonreír. Avanzó y se sentó. Nadie habló durante la comida. Al despedirse, un hombre vestido con guayabera blanca le entregó un paquete al Comisionado.

- El último regalo, Comisionado.

- Gracias, don Javier.

- Nosotros también tenemos gente que nos dice cosas que nos interesan… Ya sabemos que tenemos pocas opciones. Vamos a hablar con los abogados… Aquí todos confiamos en ustedes. Los otros compañeros de usted no quisieron dar la cara, pues bueno; pero que no se les olvide que tenemos los brazos largos y que nos cobramos las traiciones… Váyase porque estamos esperando a un padre que quiere proponernos algo… Lo mismo que usted pero que se acerca más al gobierno…

Cuando el Comisionado bajaba las gradas, un hombre elegante y sencillo, vestido con una sotana brillante y mostrando la dulzura que lleva permanentemente en su cara, lo saludó, y en su saludo iba una bendición. El motor del helicóptero se escuchó una vez más, a lo lejos, atrás de las montañas, hacia La Tigra. El hombre de la guayabera blanca acompañó al oficial hasta su camioneta. Se despidió sin darle la mano. Cuando el portón se abrió para dejarlo salir, le pareció resucitar.

Cuando hizo el cuarto cambio, se dio cuenta que lo seguían. Era el mismo pick up Mitsubishi que vio cuando subía la cuesta de El Hatillo.

NOTA FINAL. La situación del oficial no se ha definido todavía. Sabe que le quedan pocos días en la Policía Nacional. Dice que “es muy posible que lo tomen como testigo protegido”, pero tiene miedo que lo alcance el brazo largo de sus viejos amigos. Las fuentes dicen que tal vez los gringos no acepten negociar con él porque “pasó por un banco de Nueva Orleans unos cuantos dólares”, y eso lo consideran como lavado de dinero. Por lo pronto, seis apóstoles del narcotráfico están detenidos. Como dijo James Nealon, embajador de los Estados Unidos en Honduras: “Las extradiciones no pararán”.

“Pueden llevarnos a todos para Estados Unidos, pueden matarnos si quieren, pero otros que vienen atrás de nosotros van a seguir con el negocio. Esto no se va a parar nunca porque si los gringos consumen, siempre van a hallar quien les venda”.

Don H. Héctor Emilio Fernández

Capturado la mañana del martes 7 de octubre de 2014 en su mansión de El Hatillo. Lloró cuando le pusieron las esposas. Considerado uno de los capos más poderosos del norte de Honduras. Socio de los hermanos Valle.

ADELANTO. Dentro de algún tiempo, los lectores y lectoras de esta sección exclusiva de diario EL HERALDO tendrán en sus manos “Los apóstoles del narcotráfico”, una entrega por fascículos que los llevará de la mano por el submundo de lujos, derroche, ambición, sangre y poder de los grandes capos. Los primeros cuatro fascículos serán: “Mario y Mary, la génesis del narco en Honduras”, “Irán-Contras, CIA, armas y cocaína”, “Ramón Matta Ballesteros”, “Operación Cinco Estrellas, el testimonio de Álvarez Martínez”.