Opinión

Libertad, justicia y verdad

Podría pensarse que hoy, cuando tanto la delincuencia organizada como la corrupción administrativa se expanden en forma inquietante, acompañadas de otros males harto conocidos, deberían ser motivos más que suficientes para que quienes administran el Estado, se sientan inquietos, decididos y comprometidos a solventarlos; pero no, la agenda está enfocada en otros temas que no son los que deseamos la mayoría de los hondureños.

Desde finales del 2011, quienes nos gobiernan se han dado a la tarea de querer imponernos, a como dé lugar, leyes que vulneran libertades fundamentales bajo una serie de criterios no válidos para la mayoría de los que percibimos se esconde un plan que debilita el modelo democrático de libertad; esto lo apreciamos por lo que dicen y la forma en que actúan quienes más se exponen en los medios, con sus manifestaciones de atolondramiento y de frivolidad, de falta de contenido interior y de la presencia de Dios en sus corazones, que chocan abusivamente con el eslogan del “humanismo cristiano”.

Durante las últimas semanas desde el Ejecutivo, apoyado por el Legislativo, se ha impulsado una serie de reformas a la Ley Marco de Telecomunicaciones (“ley mordaza”), que finalmente fueron remitidas al Congreso Nacional para su aprobación; según los entendidos, estas reformas violentan 14 artículos de la Ley Primaria del Estado, así como varios tratados internacionales relativos a la libertad de expresión, soslayando con esto una de las características fundamentales de una auténtica democracia, cual es: promover en todo momento la libertad de expresión y la libertad de prensa, así como el acceso a fuentes de información alternativa que garanticen el derecho a la información de los ciudadanos; esto es gravísimo ya que reiteradamente lleva a la inseguridad jurídica de forma premeditada, lo cual podría significar la pérdida de oportunidades de progreso, dañando el logro de metas y de los intereses nacionales; esto nos mueve a recordar que el género humano a lo largo de los siglos ha sido víctima de la ignorancia, la superstición, el fanatismo, los intereses creados y pasiones perversas de gobernantes y legisladores que olvidan que las verdaderas leyes no son destructoras sino protectoras de los derechos de los hombres, y que estas influyen en su ilustración, bienestar y moralidad.

Para evitar que todo esto suceda es preciso que haya apego a la justicia. Infortunadamente esta hace días la mandaron de vacaciones, por lo que vemos que han proliferado los muchos que utilizan la mentira y el engaño como una herramienta más para imponer su voluntad, para escalar puestos, para alcanzar un mayor bienestar material o evitarse compromisos y sacrificios; o simplemente por cobardía y por falta de virtudes humanas. Es preciso recordar que la justicia es la virtud humana que permite una convivencia recta y limpia entre los hombres. Sin esta virtud, la convivencia se tornará imposible.

Ante lo anterior, es válido demandar de los gobernantes que sean promotores de una sociedad más justa, recta y limpia, incentivar la armonía y la paz, así como observar un mayor respeto por la dignidad de los ciudadanos, y por supuesto que hablen siempre con la verdad, y que sean fieles con la palabra empeñada, es un deber de justicia y de respeto.

Y hablando de la verdad, esta no tiene términos medios, por lo que me atrevo a expresar esta verdad: creo que el poder político tradicional en Honduras debe cambiar de manos de personas sin aptitudes, sin cultura suficiente, sin la definición filosófica y moral necesaria, debiendo pasar a manos de ciudadanos de comprobada formación superior, leales en el cumplimiento de sus deberes diarios, sin mentiras ni engaños en el ejercicio de sus funciones, de reconocida honradez que huyen de lo ilegal, con vocación de servicio demostrada, que inspiren confianza y con carácter de ejecutivo.

Creo que en nuestra Honduras disponemos de recursos humanos suficientes y necesarios, que con su aporte y pensando en los más altos intereses de la Patria, pueden encargarse de organizar y dirigir la enorme cantidad de fuerzas y recursos dispersos y desperdiciados.

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