Opinión

El Papa se confiesa

Ante la ciudad y el mundo, en entrevista otorgada a un semanario jesuita. Sus declaraciones -inequívocas- confirman su posición ideológica alejada de la derecha, ubicándose en el humanismo cristiano, el de Jesús compasivo, misericordioso y solidario con los hambrientos, perseguidos, excluidos, sin voz y sin poder.

Francisco anhela que la institución eclesial retorne a sus orígenes, menos enclaustrada en sí misma y más abierta a las personas -de cualquier religión, identidad sexual (“¿Quién soy yo para juzgar?”), posición social y económica.

Aspira a que la Iglesia censure y condene menos y se identifique más con los de abajo, que se abra generosa con sus hijas al igual que con sus hijos, madre dulce y buena antes que madrastra inquisidora, severa e insensible ante el sufrir y el dolor, ante las angustias y padecimientos existenciales de mujeres, hombres, jóvenes y niños (as), distanciándose de los poderes fácticos y más en sintonía con las esperanzas y anhelos populares.

Previamente a estas más recientes declaraciones, había otorgado audiencia al clérigo peruano Gustavo Gutiérrez, considerado el fundador de la Teología de la Liberación, la cual fue aprobada por el Concilio Vaticano II (1962-1965), la Encíclica Populorum Progressio y por la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968), para posteriormente ser ignorada y reprendida por Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Se dirá que Francisco es romántico, soñador e idealista; por el contrario, es realista cuando se percata cuán osificada e identificada con las élites ha llegado a ser la institución a la que pertenece, provocando pérdida de fe y credibilidad entre millones de fieles que han transferido su lealtad a otras religiones o bien se han tornado agnósticos.

Es por ello que el pontífice argentino insiste en la renovación integral de la Iglesia, para lo cual está dispuesto -aun a riesgo de arriesgar su vida- a implementar cambios profundos y no cosméticos en la Curia Romana, tradicionalmente bastión del conservadurismo y el privilegio, aferrada a sus prebendas centenarias, y en el Banco Vaticano, investigado por transacciones financieras irregulares, ayunas de transparencia.

¿Cómo irán a reaccionar los afectados por estas reformas urgentes y absolutamente necesarias? ¿Seguirán el ejemplo de los burócratas coloniales del imperio español en América; “se acata, pero no se cumple”? ¿Logrará forjar alianzas estratégicas lo suficientemente valientes y efectivas para hacer prevalecer los vientos transformadores, aun si vulnera muy poderosas y persistentes resistencias?

La defensa vehemente que Francisco hace del papel femenino al interior de la Iglesia permite abrigar la esperanza que, algún día, se instituya el sacerdocio de las mujeres y quede abolido el celibato clerical, fuente de tantas perversiones y aberraciones. Francisco predica con el ejemplo, revestido de humildad, buen humor, alegría de vivir y compartir, lo que le concede enorme autoridad a sus palabras, y debe servir de modelo a su grey.

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