Opinión

El gran fracaso

Terrible secuela de corrupción, no se sale de una para entrar a otra: tras los 100 megas y la crisis de 16 años, las ciudades modelo y el lanchazo, entre otros, buscan ahora los zánganos prostituir el derecho colectivo y patrimonial de los hondureños a su más redituable bien fósil, el petróleo.

En vez de llamar a licitación mundial para recibir ofertas por concesión y explotación, los de siempre, los nietos de Pepe Bonilla y Sapo Córdova se proponen la contratación directa, de modo que nadie les limite la cómoda negociación, que es decir comisión.

Evo debatió fuertemente con las transnacionales y logró que el usufructo mayor del gas natural boliviano terminara en las arcas estatales;

Venezuela es emporio en finanzas por haber nacionalizado su petróleo; Correa hizo lo semejante con otros recursos y acaba de crear un cuantioso fondo de becas para preparar técnicos ecuatorianos en hidrocarburos, pues por no tenerlos dependía de asesorías extranjeras, no siempre de fiar.

Y uno se consulta cómo es que Honduras arribó a tal grado de inmoralidad y deterioro que acabó siendo gobernada por los más inescrupulosos y ambiciosos hijos de Ali Babá, dispuestos a entrega inmediata de la nación, incluso pedaceada, e incapaces a la vez de administrar honestamente lo que queda. Década tras década exhiben su brutal ineficiencia, son ignorantes en planificación pero sí buenos cobradores de coimas, como que estudiaron en las viciosas capitales de Haití, México o Italia, con las respetuosas disculpas para sus connacionales y embajadores pero la verdad si no es franca no es verdad.

José del Valle, recientemente consagrado pionero de los Estudios Culturales, titulaba a Centroamérica “país del error”, que lo es. En el caso específico de Honduras es obvio que su trayectoria republicana representa un inconmensurable fracaso societario, el que inicia desde los padres fundadores: Morazán falla al no poder influir sobre el congreso regional para que el proyecto federalista se ajustara y reformara a tiempo, como insistían los pueblos; Cabañas, el más honesto hombre de la patria, pelea por veinte años, desde El Salvador y tras el fusilamiento del héroe, por restituir la razón política sobre la ignorancia teológica pero se va a la tumba sin dejar más que ejemplo. Es decir que casi allí mismo nos quedamos sin prototipos o “rol models”, como se llaman en sociología moderna, y la conciencia ciudadana comenzó a debilitarse.

La religión católica ––y sus cómplices credos protestantes y evangélicos— es similar partera en el triste embarazo de este monstruo.

Supuestas a inspirar la práctica moral y vitalizar la ética entre sus fieles, de modo que el vicio y lo antisocial convocaran más bien a repulsa al alma, se dedicaron a embrutecerlos con anacrónicas anécdotas de cananitas y fariseos mientras les vendían ––antes con bulas, hoy con “pactos”–– el cielo, hundiéndolos más en la pobreza y la superstición. Peor todavía, adoptaron la doctrina fascista y se transformaron en opositores a todo cambio del statu quo que no fuera para retroceder a la edad de las cavernas.

A las fuerzas armadas y la policía, por su parte, los dólares de la Contra, del crimen y narcotráfico les comejenaron los polines y se les vino abajo el pequeño edificio de su prestigio y respeto nacional.

El magisterio, a pesar de sus cercanas heroicidades, se deslizó pegajosamente en la mediocridad técnica, que es donde habita hoy. Y en el consejo representativo de la patria, el legislativo, se generó tal miasma que la sienten desde la calle quienes obligadamente transitan por allí.

El retrato es inconcluso pues todos cargamos responsabilidad en esta desventura. Excepto que algunos nos damos cuenta y provocamos a otros para que doten a la nación con nuevas categorías políticas, conductas éticas y un superado modelo económico, de modo que a este prolongado fracaso histórico nunca le sucedan otros más.

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