Editorial

Se presenta una oportunidad propicia para una profunda reflexión con ocasión de conmemorar el Bicentenario de la proclamación de la emancipación política de España: que esta magna efemérides sea un parteaguas: un antes y un después, descartando de una vez y para siempre políticas sectarias, actitudes dogmáticas, maniqueas, prácticas corruptas arropadas por la impunidad jurídica, que han condenado a esta y anteriores generaciones a la pobreza y miseria, la creciente desigualdad en el acceso a oportunidades, a la extrema polarización política.

La forja de una patria solidaria, compasiva y generosa con quien sufre, capaz de construir su propio destino de manera autónoma, de manera digna y soberana, sin imposiciones externas, posibilitará la unidad tanto de los que residimos en su territorio como entre los compatriotas viviendo en el exterior.

Debemos estudiar exhaustivamente las múltiples causales generadoras de nuestro crónico atraso, que han provocado el abandono de los ideales de nuestros próceres: un país próspero, honorable, hermanado con el resto de naciones americanas y de otros continentes.

Este autoexamen crítico debe iluminar a los gobernantes y a la clase dirigente para retornar a las rutas de la ética, honestidad, transparencia y rendimiento de cuentas en función del bien colectivo.

Para ello es imperativo grandes cuotas de voluntad política a fin de alcanzar honrosas rectificaciones, duraderas y trascendentes.

De no existir, continuaremos marchando hacia el abismo con creciente dependencia, material y mental, atraso, subdesarrollo.

Las próximas generaciones acusarán a la actual, justificadamente, de haber desaprovechado esta tal vez última oportunidad de redimirnos.

¿O acaso aguardaremos otro siglo más, hasta llegar al Tricentenario?