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Veo golpes de Estado por todos lados

“Lo que quieren es otro golpe de Estado”, me dijo un tío durante un asado familiar. Fue un mensaje que me dejó preguntándome: ¿existe realmente una conspiración contra el gobierno? ¿Hay una paranoia colectiva que no me entero o es simplemente una estrategia para victimizarse?

A lo largo de los últimos 75 años, Honduras ha tenido seis golpes de Estado: en 1956, 1963, 1972, 1975, 1978 y 2009. Estos golpes no se dieron en un vacío, fueron impulsados por una confluencia de factores, incluyendo conflictos entre facciones políticas, divisiones en las Fuerzas Armadas, influencia extranjera, escándalos de corrupción, diferencias ideológicas y amenazas percibidas al estatus quo vigente. Estos golpes no fueron por disfunciones institucionales que no se pudieron resolver, aunque el frágil Estado de derecho hondureño facilitaba la ilegalidad. Tampoco fueron reivindicaciones sociales, simplemente fueron el resultado de la ambición por el poder de las élites.

Ahora que sabemos los factores que han llevado a los golpes de Estado de Honduras, veamos si actualmente existen las condiciones. Tras el golpe contra José Manuel Zelaya de 2009, un civil tomó el lugar del mandatario desterrado. Esto no es anecdótico, tiene una razón de ser. En el siglo XXI se necesita dar un recubrimiento democrático a los golpes; nadie quiere verse como cavernícola político, por eso muchos insistían con el término “sucesión constitucional”. Esta característica del contexto actual lleva a descartar a los militares como ideólogos de golpes, quedando los políticos con el apoyo de otras élites.

Hoy en día, los factores que podrían desencadenar un golpe de Estado no están relacionados con facciones políticas en conflicto. El conflicto, tal como ocurrió en 2009, se encuentra enraizado en profundas diferencias ideológicas. Pero a diferencia de lo que ocurrió antes, el Gobierno no ha logrado implementar reformas radicales ni políticas que amenacen intereses establecidos o que lo pongan en una posición hegemónica. Las élites tradicionales no sienten una amenaza inminente al orden político o social. Además, quiero creer que aprendieron que un golpe de Estado causa más daño que beneficio. Esto se refleja en la discusión que ya hay sobre candidatos, coaliciones y elecciones.

Entonces, si no existen las condiciones para un golpe de Estado, ¿por qué seguir con el tema? La narrativa tiene una lógica que resulta efectiva al generar incertidumbre, al apuntar a las élites tradicionales, al dividir en dos facciones antagónicas, y, sobre todo, al mantener viva una identidad de lucha popular contra las injusticias de los nacionales y extranjeros poderosos.

¿Cuál es la solución entonces? En primer lugar, no gestar golpes de Estado y seguir usando las cartas constitucionales que tenemos. En segundo lugar, trabajar un nuevo proyecto político para las elecciones con nuevas caras e ideas que eviten la radicalización hacia la derecha.