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Una revolución pacífica (3/3)

La chispa que provocó el incendio ocurrió en Tela a finales de abril: los estibadores reclamaron pago doble por haber laborado un fin de semana, lo que está contemplado en la legislación nacional (decreto 96, marzo 1949), empero, la empresa rehusó reconocerlo. Respondieron con el paro laboral, acción imitada pocos días después por sus compañeros en Puerto Cortés. La noticia corrió velozmente por los centros urbanos y fincas, solidarizándose la masa obrera con la valiente acción.

Así para los primeros días de mayo el paro se propagó a las secciones de mecánica, ferrocarrileros, mantenimiento, en La Lima y El Progreso, amén de los trabajadores agrícolas en las fincas bananeras.Comprendiendo que se requería organización y disciplina, se integró el Comité Central de Huelga integrado por Juan Bautista Canales, Julio C. Rivera, Francisco Ríos, entre otros, que procedieron a redactar un pliego de peticiones a la patronal, contentivo de treinta puntos, que incluía tanto aspectos meramente económicos, mejoras en las condiciones de trabajo y el derecho a la huelga y la formación de sindicatos.

La inflación que acompañó al auge de productos agropecuarios de posguerra por parte de las naciones participantes en la contienda, resultó en incremento de precios de consumo popular en Honduras, agravado por la especulación interna. Pese a la inflación y el alto costo de la vida, los salarios en las plantaciones bananeras permanecieron congelados desde la crisis mundial de 1929. (Marvin Barahona. “Honduras en el siglo XX: una síntesis histórica”, pp. 154-155).

A partir de su ascenso al poder en 1949, Gálvez practicó una doble actitud hacia el obrerismo: una de tolerancia en la región central, lo que permitió ya en 1950 se publicaran en La Gaceta los estatutos de la Sociedad Acción Católica de Honduras, patrocinadora del Círculo Obrero Católico y la publicación del periódico Voz Obrera en Tegucigalpa, clausurado por el gobierno en 1953, y otra de hostilidad hacia el obrerismo de la costa norte por parte de las empresas fruteras en connivencia con el gobierno, cuyos comandantes de armas implementaban el terror y la persecución en alianza con los vigilantes privados de las bananeras.

Esa dualidad en la política social oficial es interpretada por un sociólogo como resultado de la escasa integración física del país y una tenue integración del mercado nacional, expresada en una precaria integración política de las regiones, provocando un predominio de formas de poder local o regional sobre la instancia integradora del Estado... Tales rasgos estructurales permiten no olvidar la poderosa influencia de las compañías bananeras, cuyos intereses están allí bien representados sobre el aparato de dominación social. (Mario Posas. “Luchas del movimiento obrero hondureño”, pp. 123-126).

Distintas clases sociales tanto del norte como del interior, además de migrantes árabes palestinos radicada en Honduras, excluidos del comercio en las fincas y poblados del enclave, fueron solidarizándose con el movimiento huelguístico, al comprender lo justo de sus reclamos y el hecho que se trataba de compatriotas que enfrentaban a la más poderosa multinacional frutera de Centroamérica y el Caribe, la United Fruit Co. (Ufco), que contaba con poderosos apoyos en los más altos círculos políticos de la administración Eisenhower, al punto que el secretario de Estado, John Foster Dulles y su hermano, director de la CIA, habían prestado servicios legales a la Ufco, tiempo atrás, manteniendo vínculos estrechos con ella.De igual manera, la jerarquía de la Iglesia Católica ofreció su voz de aliento a los y las huelguistas.