Columnistas

Siempre superlativos

En las semanas recién pasadas, los medios de comunicación anunciaron que empezaría a construirse -según sus promotores- el edificio más alto de la región centroamericana. La nota periodística incluía una colorida imagen del anteproyecto, para aportar una “evidencia” de lo afirmado. Ya que no se agregó información de la altura de otras edificaciones en el resto de los países, no había manera de verificar que fuera cierto este “nuevo récord”, como sí ocurre con otros que son objeto de medición comparada, por ejemplo, aeropuertos, redes viales, instalaciones, de las cuales se citan aforo y dimensión, capacidad de producción y resultados, volumen, por citar algunas.

Cada cierto tiempo leemos publicaciones similares. Que “el país poseerá las mejores carreteras de América Central”, que “el nuevo aeropuerto será el de mayor tráfico en la zona” o que se planifica “el más grande y moderno estadio de balompié” de la franja. No hay ocasión en la que no se acuda a este grandilocuente argumento para dotar de espectacularidad iniciativas que no lo tienen, siempre en relación con nuestros vecinos.

Se trata de una práctica recurrente, que esconde mucho de fanfarronería y que nos recuerda ese complejo de inferioridad y necesidad urgente de llamar la atención que muestran bastantes personas alrededor nuestro. Hace varios años escribimos sobre esta maña, que nos hace presumir de logros que no siempre son realistas y que tiene una contraparte importante en esas marcas mundiales de las que nadie se siente orgulloso en nuestra querida comarca.

Nos referimos a un índice de percepción de corrupción, en el que nos estancamos en los números más altos; a ese ranking de libertad de expresión y prensa, que nos coloca al lado de países parias; y, por qué no decirlo, al índice de democracia (Democracy Index de la Unidad de Inteligencia de The Economist) que nos agrupa más cerca de regímenes autoritarios que en la tropa de democracias deficientes o democracias plenas.

En los últimos días (el 6 de mayo) la calidad del aire de nuestra capital fue tan mala que alcanzó niveles perjudiciales para la salud y obligó a la interrupción de las actividades cotidianas en el sector gubernamental y en las escuelas. Tegucigalpa se posicionó como la ciudad más contaminada del mundo según el sitio especializado en clima IQAir, situación que por sí sola ya amerita un registro histórico en las crónicas de este siglo.

Este dato superlativo se suma a otros todavía recientes, vinculados con una inseguridad ante la que no se puede siquiera cantar victoria todavía, y que “afamó” a San Pedro Sula como una de las ciudades más violentas de la Tierra. A diferencia de nuestro párrafo inicial, nadie presume de estos títulos poco honrosos, que se convierten en un serio problema de relaciones públicas para cualquier gobierno, que se precia de eficiente y quiere atraer al país inversión foránea o turistas.Quien mucho presume virtudes, usualmente demuestra sus carencias, o como decía el bardo inglés “mucho ruido, pocas nueces”