Columnistas

Represión y masacre en San Pedro Sula

El 4 de julio de 1944, con ocasión de conmemorarse la independencia de los Estados Unidos de América, la oposición política al Cariato realizó en Tegucigalpa una manifestación en que se exigió al gobernante interponer su renuncia, haciendo uso de la palabra en el Parque Valle, ubicado enfrente de la entonces Legación norteamericana, diversos oradores, entre ellos mi padre; adicionalmente, una marcha integrada por damas recorrió las calles capitalinas reclamando la liberación de los prisioneros políticos.

Del Parque Valle, los protestantes se desplazaron a Casa Presidencial, custodiada por efectivos policiales y castrenses armados de ametralladoras. Afortunadamente, al no lograr su propósito, y ante el efecto de gases lacrimógenos, la multitud se dispersó, sin saldo de muertos.

Dos días después, en el segundo centro urbano hondureño, se llevó a cabo otra convocatoria cívica, previa autorización concedida por la autoridad local, acordándose que sería de carácter pacífica, coordinada por el médico José Antonio Peraza.

Empero, aquí el desenlace fue trágico, con elevado saldo de muertos y heridos de ambos sexos, adultos y jóvenes, al ser ametrallados a sangre fría.

En mi obra “Tiburcio Carías: anatomía de una época” reproduzco fragmentos del informe elaborado por el vicecónsul estadounidense en Puerto Cortés, reportando en forma pormenorizada el baño de sangre ocurrido así como la cifra tentativa de víctimas, sepultadas en fosas colectivas.

Peraza fue arrestado para posteriormente refugiarse en Guatemala. Escribió el libro “Confinamiento, prisión y destierro” (1973). Él estaba afiliado al Partido Nacional, pero rechazaba la dictadura cariista.

El historiador Dario Euraque señala algunas consecuencias de esta tragedia: “La repercusión inmediata más importante de la matanza (...) se produjo en la comunidad en el exilio radicada en El Salvador y Guatemala. En agosto de 1944, los exiliados en Guatemala fundaron el Frente Democrático Hondureño, cuya membresía estaba integrada por una nueva generación de exiliados del Partido Liberal, diferente de aquellos que, como Zúñiga Huete, habían huido de Honduras en la década de 1930 (...)

Los exiliados del FDH rechazaron el liderazgo de Zúñiga Huete y el caudillismo tradicional que él representaba. Esto dividiría a la resistencia en el exilio. En medio de estas dificultades, una radical y joven ala del Partido Liberal en San Pedro Sula fundó a principios de 1946 el Partido Democrático Revolucionario (...)

En agosto de 1948 una fracción del Partido Liberal se unió al PDRH (Partido Democrático Revolucionario Hondureño), el sucesor del PDR de San Pedro Sula”. Adicionalmente, el colega indica que, a largo plazo, la matanza del 6 de julio debe ser tomada en cuenta “para entender las elecciones presidenciales de 1954 y, especialmente, el ascenso del Partido Liberal en San Pedro Sula y la Costa Norte (Euraque, Darío.

“El capitalismo de San Pedro Sula y la historia política hondureña, 1870-1972” (pp. 123-124). La corta memoria colectiva no debe olvidar, jamás, los resultados de un régimen intolerante y represivo cuya única respuesta era recurrir a la violencia y al terror en contra de sus propios compatriotas.