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Privilegiar el interés superior

Las organizaciones cristianas exhortan a iglesias a liderar procesos de arrepentimiento y reconciliación entre las familias; aspectos espirituales que aminorarían confrontaciones y violencia intra e interfamiliar. ¿Pero quiénes pueden ser mejores árbitros y vigilantes activos para buscar solución a problemas de familia sino los mismos miembros y su comportamiento? La familia es como una democracia donde los hijos defienden la autoridad del padre o de la madre sobre cualquier otro pariente o vecino, pero a su vez -en el interés por suplir sus necesidades básicas, de pertenencia y reconocimiento- vigilan el actuar de sus padres, su comportamiento, tolerancia o el poder sobre ellos. Un padre o una madre puede dar una orden a sus hijos y es probable hoy en día que esa orden no sea cumplida porque se trata no solo del aspecto cristiano, sino de la legitimidad que como sinónimo de justicia se traduce en igualdad, respeto y buen ejemplo. No podrán los padres, aun los que son devotos, esperar que su orden sea acatada o al menos cuestionada, si dan mal ejemplo a sus hijos, diciendo algo y haciendo otro, acosándolos, abusándolos, ya que siempre serán los hijos quienes darán consentimiento a la autoridad según el entorno y ambiente familiar. Si la familia fuese órgano colegiado donde todos los miembros deliberan, coordinan y respetan las decisiones de unos con otros, sin atropellos ni excesos o abusos, más bien cooperándose y respetando la autoridad de sus padres porque hacen mérito volviéndose legítimos, terminarían desarrollándose valores colectivos siendo más fuerte.

Si la democracia fuese órgano colegiado donde todos los grupos de personas naturales o representantes de entidades públicas, civiles, jurídicas y sociales coordinan y adoptan soluciones, sería un medio fundamental para lograr una sociedad capaz de dialogar, concertar, compartir conocimientos, experiencias y problemas en torno a asuntos y metas de interés común. Los órganos colegiados no son meramente constituidos por la legalidad sino también por la moralidad, porque imperan las emociones que responden a las concepciones de lo correcto o incorrecto, lo propio o lo impropio, lo bueno y lo malo. Así que en un momento de conflicto mediante la emoción podemos ver cómo imperan nuestros valores.