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 ¿Por qué Señor? ¿Qué nos pasa?

No es un pueblo malo, el pueblo hondureño; no es cierto que nuestra sociedad es violenta, ni haragana, ni mañosa, mucho menos corrupta; aun cuando por allí, así nos describieron algunos cronistas de la corona española en sus cartas a la madre España; recién iniciada la colonización.

Algunos observadores actuales y analistas internacionales siguen haciendo observaciones muy destructivas de nuestra verdadera imagen. Nuestros primeros habitantes fueron el fiel reflejo de una cultura superior, conocedora de las matemáticas, de la arquitectura y la ingeniería, con asombrosos conocimientos en astronomía y con una bien definida estructuración política y social. Por consiguiente, no somos malos; yo me rehusó a aceptarlo.

Nuestro hondureño, particularmente aquel que habita las zonas rurales, es noble, respetuoso de las leyes del hombre y temeroso de Dios; se faja como burro obrero de sol a sol en sus pequeñas y áridas parcelas produciendo miseras cosechas para medio alimentar a los suyos, carente de los beneficios que da la civilización en materia de acceso a insumos, créditos, orientación tecnológica, educación, salud y seguridad. Y peor aún, huérfano de esperanzas de salir de sus lacerantes niveles de pobreza y, aun así, con todas esas carencias, subyace en él, el deseo natural y humano de vivir mejor.

No saben como lo lograran, pero hacen todo sacrificio porque sus hijos, aunque sea por medio de una educación muy deficiente, adquieran las herramientas del conocimiento, suficientes para alcanzar mejores niveles de vida. Que lo logren; bueno, ese es otro pisto. Esta registrado que, en nuestra Honduras, por muchísimas razones ajenas a la voluntad de sus habitantes, solo uno de cada cien jóvenes que ingresan al primer grado, alcanzan el nivel más alto de educación superior y de ese uno porciento un numero mucho menor logra profesionalizarse. Y demasiados, cuando lo logran, se marchan a enriquecer el capital humano en tierras extrañas.

Entonces que podemos aprender de otras sociedades que hace apenas medio siglo eran tan o mas atrasadas que Honduras; Taiwán, Singapur y Costa Rica, por no ir mas lejos y hoy, en solo cincuenta años, esos pueblos lograron escalar no solo niveles de respeto mundial por sus logros en el escalafón del desarrollo humano; sino porque además de crecer económica y socialmente, cimentaron democracias solidas: Que envidia; todas estas naciones atribuyen sus logros, a la introducción intensiva e inteligente de la educación como instrumento primario de su despegue. Pero, aquí entonces viene la gran pregunta del “huevo y la gallina”. Esta educación, ¿les cayó como maná del cielo?, ¿brotó de la tierra sorpresivamente? como “oro negro de un pozo de petróleo” o hubo una fuerza y una decisión firme que impulso a todos los líderes sociales y políticos a poner en función políticas permanentes de estado. Eso fue precisamente lo que ocurrió, al surgir un liderazgo inteligente, responsable, visionario, honesto, transparente, no mañoso ni corrupto, que dijo, en un momento mágico: “BASTA YA” de tanta miseria, de tanto abuso, atraso y marginación social. Se propusieron sucesivamente, elevar a sus pueblos hasta niveles superiores de dignidad y de bienestar. Perú es otro ejemplo vivo de crecimiento sostenido.

¿Porque Señor, entonces en nuestra Honduras, no se vislumbra ese liderazgo providencial que pueda hacer lo mismo? Dinos Dios mío, cuando se le alumbrará el morro a nuestros dirigentes políticos, gremiales, académicos y empresariales. ¿Para que entiendan que nos urge cambiar el rumbo equivocado que hemos llevado por casi doscientos años?

Como a Lázaro, debemos decirle a nuestro apaleado pueblo hondureño: Pueblo, “Levántate y anda”, por otros rumbos, con otros guías; busca la luz de otros faroles, de otras inteligencias y capacidades de liderazgo que te saquen de esta selva política plagada de zozobras, temores y desesperanzas en que nos tienen inmersos los aprendices de brujos.