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Entre las alegrías, ansiedades y presiones de la época navideña, olvidamos su verdadera razón: la celebración del nacimiento de Jesús. Y con ello, la invitación a asemejarnos en sus virtudes como medio para lograr la paz interior y general que debiera ser connatural al ser humano. La venida del Niño Jesús es uno de los fundamentos del cristianismo, los que junto a los otros dogmas, como estrellas iluminan nuestro transitar en la fe. Se sea o no cristiano.

Pues es en los más nobles sentimientos demandados en estos días, en los que las personas encuentran su realización individual y acercamiento al humanismo. Qué escasos se ven a veces, hasta en individuos que por su investidura en el que campo en que se distinguen, hacen de la soberbia una condición personal con la que pueden alejar de la práctica de la fe a los simples mortales llamados a inspirar. No podrían tener presente, al menos en estos días, que son los más elevados comportamientos y la satisfacción propia basada en la práctica de lo justo y lo correcto, lo que deben evidenciar.

Cuántas expresiones fieras de odio e intolerancia llenan las páginas de los medios de comunicación, alienados ciudadanos verdugos y víctimas de sus congéneres vuelven invivible la existencia. Y todo por el ambiente disfuncional que dirigentes en diversos campos propician, no solo los políticos. Aquí no hay extraterrestres, todos respiran el mismo aire.

Tanta situación negativa evitable con solo comportarnos como seres humanos o, para muchos, como cristianos. Es de esperar que en estos días, elevados valores como la solidaridad y la bondad, expresiones en sí mismos, sacan lo mejor de cada quien. Es de esperar la mano amiga, la caridad alegre para los seres queridos como para los desconocidos, quienes encontrarían en la sonrisa del extraño, el apoyo y acicate q les impulse a ser mejores.

Porque de eso se trata, de ser mejores para los demás y para nosotros mismos. Que esta Navidad sea el inicio de una nueva vida. Paz y bien