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Palabras bizarras (2/2)

Según el diccionario de la RAE, el adjetivo “bizarro” puede significar “valiente”, “generoso, lúcido, espléndido” o “raro, extravagante o fuera de lo común” (en su primera, segunda o tercera acepciones).

Cuando hemos aludido al gusto o disgusto por ciertas palabras, nos referimos a la acepción tres, habiendo ofrecido un listado de aquellas que según el sitio easyespanol.org “deben evitarse para no restar belleza y sutileza al vocabulario”.

Son estas tan feas (“escroto, sobaco, seborrea, boñiga, gurruño, recoveco, petulante, orate, sapenco y diarrea”) que las repetimos, solo para facilitar el contraste con aquellas que han sido catalogadas como “las palabras más hermosas” del castellano.

“Desiderata, inefable, inmarcesible, nefelibata, patria, petricor, resiliencia, reminiscencia, serendipia, utopía”, son los diez vocablos elegidos como tales por Cristian Martínez González e incluidos en su artículo “Elegimos 10 palabras hermosas del español”, ¿las conocías? (medium.com). Al igual que las antologías de cuentos, poesías, partituras y otras piezas artísticas, esta clasificación es personal y no incluye “melifluo, etéreo, efímero, desenlace, inconmensurable y arrebol”, que sí podemos encontrar en otros recuentos que abundan en la red.

Todas estas selecciones suelen estar guiadas por el significado, etimología, escritura o por el simbolismo que encierran las palabras que incluyen. No obstante, hay un elemento sonoro que no es desdeñable: quizás usted ya se percató que hay algunas consonantes como la “l”, la “m”, la “f” y la “s”, que son comunes a varios de estos términos y que en general suenan agradables al oído, especialmente porque son fáciles de pronunciar, no requieren mayor esfuerzo al hacerlo o evocan elementos de la naturaleza y estados de ánimo, como el silbido del viento o un murmullo.Y es que hay sonidos que nos gustan y otros que no.

Podría argumentarse que es cuestión de preferencias o prejuicios. Pero no lo es. Así como uno puede “enamorarse” o aficionarse inconscientemente a una palabra (“las muletillas”), en casos extremos pueden “detestarse ciertos sonidos”. Este último caso extremo es el síndrome de sensibilidad selectiva al sonido (SSS), también llamado “misofonía” (gracias Dr. Octavio Sánchez, por el aporte).

Hablamos de una incomodidad que puede llegar a provocar ansiedad, ira, miedo, fobia ante ruidos tan habituales como masticar, la respiración, el carraspeo, el tictac de un reloj, que es provocada por una “hipersensibilidad a sonidos suaves específicos e imágenes visuales” ocasionando reacciones emocionales fuertes (véase www. ondacero.es).

La onomatofobia que ya citamos en la entrega anterior trata precisamente de la aversión a palabras y, no sería extraño, que sea provocada por los sonidos que estas incluyen, además del significado, etimología, escritura o simbolismo -que mencionamos antes- y que funciona en ambos extremos: gusto o disgusto.Por cierto, ¿ya pensó qué palabras del español le agradan o le irritan?