Columnistas

Mucho ruido y pocas nueces

Quizás por no haber leído, por tener memoria selectiva, por omisión de asesoría o por ser desmemoriados, los protagonistas del acontecer político cotidiano se la pasan presumiendo sobre sus acciones y las de su claque, catalogándolas de novedosas e inéditas en la historia nacional.

A veces una visita a un país extranjero, o a una gestión en recóndito lugar del propio y, no pocas veces, en los laberintos de la propia imaginación, no extraña ya que los corifeos y las cajas de resonancia que les asisten, se queden sin aliento y saliva publicando en medios de comunicación los insuperables beneficios de las acciones llevadas a cabo, todo por pura inercia y sin reparar en la veracidad o real trascendencia del acto relatado.

“X visita por primera vez Y lugar”, “por primera vez (sic) los habitantes de M, recibieron N beneficio”, “fulano fue recibido con honores por mengano, a diferencia de perencejo que no lo invita ni zutano”, son parte de las descripciones usuales de la prensa lisonjera que repite comunicados oficiales, a cambio de participar con privilegio en una gira. Sino, ¿cómo explicar esos titulares pomposos -“se construye el más grande zanjo de Centroamérica” y “se trata de una obra pionera y sin comparación”- que no superan una simple verificación archivística y menos la consulta en un motor de búsqueda de internet?

La adulación de otros puede explicarse de muchas maneras: la admiración sincera y desbordada, un eventual recibo de recompensa, un incentivo personal desconocido, un espíritu rastrero, por mencionar algunas. ¿Pero cómo explicar la grandilocuencia propia y el autoengaño?

Recuerdo a un personaje que conocí en mis años mozos, que gustaba de presentarse ante extraños cambiándose el apellido y presumiendo una condición personal y familiar que no eran suyos. Primero de oídas y luego como testigo, supe que su aparente delirio y realidad alternativa no eran tales, pues era muy consciente de lo que hacía y, como podrá suponerse, sacaba provecho de su “cambio de personalidad” de maneras inimaginables, principalmente con muchachas incautas que se dejaban cautivar por su verbo y galanteos. Aunque no llegó a los extremos de esos estafadores que suplantan identidades y hacen daño a terceros, si pasó aprietos y vergüenza las veces que fue descubierto.

Con bastante frecuencia leemos y escuchamos declaraciones que nos hacen arquear las cejas, por su exageración y el desparpajo de quien las emite. Hoy material de portada y mañana de camposanto, los responsables de decirlas esperan trascender su propio tiempo y circunstancias, con denodada prisa por descollar, ser reconocidos y tomados en cuenta; es así que dicen cualquier cosa, aunque lo expresado no soporte comprobación fáctica y les haga quedar en ridículo, sea que lo hagan ante cámaras, micrófonos y, últimamente, por redes sociales. Y por no perder posición ni figuración, son también quienes más adulan y exageran, mientras la mentira se hace costumbre y la dignidad se convierte en discurso de utilería.