Columnistas

Los próximos cien años

Los Juegos Olímpicos son probablemente el evento más democrático que se hace en el planeta. Encierran un noble y límpido espíritu de competencia, y promueven por antonomasia los valores más altos de la humanidad. Durante estas semanas se reúnen en Tokio atletas de 204 países, apenas tres no participarán, dos retirados voluntariamente debido a la pandemia (Corea del Norte y Guinea) y uno debido a una sanción por dopaje (Rusia). Pero los deportistas rusos compiten bajo el acrónimo ROC que significa Russian Olympic Comittee.

Por supuesto, a través del tiempo, cada ciudad organizadora —aunque en el fondo siempre se involucra todo el país—ha aprovechado el evento para proyectar una imagen y una cultura. Casi siempre se mira hacia el pasado. Se recurre a las tradiciones, razones de orgullo nacional. Sin embargo, Tokio (Japón) ha sido distinto. La mascota, por ejemplo, es un personaje futurista. Miraitowa, su nombre, significa futuro y eternidad, haciendo referencia con “eternidad” al pasado, pero no de manera estacionaria, sino como un aprendizaje para el futuro.

También hicieron de personajes de ánime como Gokú, Naruto, Sailor Moon y One Piece embajadores de esta edición de los Juegos Olímpicos, haciendo alusión a la actualidad cultural del Japón, actualidad que no ha sido resistida, sino más bien aprovechada. Y cualquiera podría pensar que las personas detrás de esto crecieron viendo Dragon Ball Z, pero, por ejemplo, la presidenta del Comité Organizador del los Juegos Olímpicos Tokio 2020 nació en 1964.

Lo mismo sucedió con el mundial de fútbol que organizaron Corea y Japón en 2002; las mascotas Ato, Kaz y Nik eran personajes de fantasía.

Eso es solo una muestra de lo que es Japón como país. A pesar de lo rica que es su historia y de que la valoran muchísimo, han entendido que la mejor forma de rendir tributo a su pasado es construyendo el futuro, e incluso, aceptando y celebrado sus expresiones culturales presentes.

Y creo que este es un excelente ejemplo para el mundo, y en consecuencia para nuestro país. Es imperativo mirar hacia el futuro. Ahora que estamos en las vísperas del Bicentenario casi todo el discurso de los medios de comunicación y otras instituciones en torno a la celebración se han centrado en el pasado, se le ha dado mucha relevancia al aspecto histórico, y es pertinente, pero no excluyente. Ni debe ser en ningún sentido totalizante. Hay muy poco análisis y reflexión del presente, y diría que casi nada de proyección. Lo mismo sucedió en las diferentes celebraciones bicentenarias hechas en América Latina durante los últimos once años.

A pesar de que suene muy duro, creo que si nuestro presente no es el más laudable, probablemente en nuestro pasado haya más de lo que arrepentirnos que de lo que sentirnos orgullosos. Sin ánimo de generalizar o excluir las bellezas de nuestro país debo decir que no hay nación ni historia más hermosa que aquella que nos asegura alimento, trabajo, seguridad, educación, libertad y felicidad.

No tratemos de construir en dos meses un relato grandilocuente que no tenemos. Nuestra huella en el gran relato de la humanidad es humilde, sencilla y un poco dolorosa. Lo que sí podemos construir es un futuro que nos asegure un país digno. Celebremos el Bicentenario pensando en los próximos cien años.