Columnistas

Los pobres de Honduras y de Roberto Sosa

Este 2023 se cumplen 55 años desde que Roberto Sosa obtuvo el Premio Adonáis, el primer latinoamericano en lograrlo, con su poemario “Los pobres”, y creo que es buen momento para recordarlo y reflexionar al respecto. Todos habrán escuchado de él, porque los primeros tres versos del poemario son probablemente de los más recordados de la poesía hondureña: “Los pobres son muchos / y por eso / es imposible olvidarlos”, y por supuesto, el libro en su conjunto es de los fundamentales de la literatura hondureña.

Pero más allá del valor literario, es llamativa la vigencia que tiene este libro a más de cincuenta años de publicación. Habla de pobres, de niños abandonados, de ancianos indigentes, de conductas perversas, de mujeres y niñas maltratadas y de trabajadores burlados, lo mismo que atestiguamos en las calles, vemos en las noticias y leemos en los informes (más fríos que un cálido poemario) de los veedores nacionales e internacionales; y a propósito de los internacionales, hay un verso que dice así: “Nuestros cazadores / -casi nuestros amigos -”. Creo que llevamos décadas, quizá siglos, creyendo amigos a quienes tenemos cerca, pero que quizá solo quieren cazarnos.

Y es que sí, los pobres en Honduras siguen siendo muchos, pero también “mucho” (así sin “s”), y por eso es imposible olvidarlos, pero parece que esa palabra profética, tan típica en los poetas de alto vuelo, no se cumple, quizá es imposible olvidarlos para las personas que tienen una consciencia social, sin embargo, para algunos olvidar a esos pobres es un tema de simplemente no asomarse a los barrios marginales y fingir que los dependientes que los atienden en los lugares donde venden ropa cara o en los restaurantes no son pobres, o al menos no lo son tanto.

A veces es necesaria la poesía para recordarnos que hay un elefante en la habitación, porque como bien dicen los versos iniciales y los versos finales de uno de los poemas de “Los pobres”: “Nuestros hijos / ven / la ruina acumulada de las ciudades (...) Y crecen sin asombro”. Es decir, ya nada de lo malo que sucede por aquí genera una reacción verdadera en las personas. Somos pobres y ya, hay violencia y ya, hay mendicidad y ya, hay corrupción y ya, se muere la gente porque el Estado no le protegió su salud y ya. Nos rendimos ante la injusticia como si de una muerte irremediable se tratara. No hay culpables, no hay redenciones y las victorias del pueblo o son ficticias o son efímeras o puede usar usted cualquier otro adjetivo que deje burlados a los pobres.

Estas no son ideas exclusivas de este poemario, Sosa se refirió, en uno de sus últimos versos (que se me antoja un juego de palabras exquisito), a Honduras como un paisaje, pero no pensando en sus hermosos valles, pueblitos, montañas, etcétera, sino paisaje (con su terminación -aje), como diminutivo o despectivo. Es decir, que esto que nos constituye hoy, no llega ni siquiera a país.

Es sorprendente cómo unos cuantos poemas pueden revelarnos que todo esto malo que le sucede a Honduras hoy, forma parte de una larga tradición y que, a pesar de todas las promesas, de todos los héroes y de todos los acusados los pobres siguen siendo muchos y por eso es imposible olvidarlos. Ojalá un día pudiéramos decir: los pobres eran muchos, ahora así, podemos olvidarlos.