Columnistas

Las preguntas de la crisis

¿Continuar el arresto domiciliario, y mantener cerrada la economía, hasta que ceda la pandemia? O bien, ¿Levantar el arresto, reactivar la economía, y provocar más contagio? Ninguna decisión estará basada en conocimiento cierto o experiencia vivida.

No es extraño entonces que nuestro gobierno, como los demás, esté “dando tiempo al tiempo”. Y mientras el tiempo responde, flotan preguntas que angustian a la gente: ¿Están ya protegidos los médicos y el personal sanitario que combaten la epidemia? ¿Se cuenta ya con los espacios y los insumos necesarios para atender a los pacientes y entregar a los muertos? Los protocolos de atención sanitaria, ¿Son prácticos y claros para todos? ¿Hay jerarquías y líneas de responsabilidad y autoridad indubitables para la toma y ejecución de decisiones? ¿Se hacen pruebas clínicas por muestreos de sectores poblacionales representativos? ¿Hay alguien al mando, tiempo completo, que asigne tareas, coordine, supervise, resuelva conflictos y tome decisiones críticas?

La incertidumbre hace temer que los peligros sean mayores, las cifras incompletas, y las acciones tardías.

Son miedos naturales, que sin embargo no provocan tantas críticas destructivas al gobierno. Esta paciencia se debe a que el COVID-19 no tiene partido político, ni preferencia social, ni interés económico. Pero es una paciencia precaria, algo que el gobierno debiera recordar.

Las fallas que más limitan los esfuerzos médicos son de tipo burocrático. La pandemia llega cuando cambios en las estructuras y políticas del sistema de salud pública han reducido las competencias de la Secretaría de Salud, cuya autoridad se cruza ahora con las de otras instituciones.

Esa falta de liderazgo fortalece las antiguas deficiencias, rezagos, principados, preferencias partidarias y demás entresijos burocráticos que siempre han deteriorado la administración pública.

En los últimos días, la atención presidencial se ha enfocado más bien en la prevención de los daños económicos de la crisis, para reducirlos y dar un salto –“un golpe de timón”- hacia una nueva economía, moderna y vigorosa.

Con la colaboración de sectores privados y sociales, el “Plan Nacional de la Nueva Honduras” se propone, en 20 años, “transformar nuestro sistema económico-financiero”, revolucionar la agricultura, lograr autosuficiencia alimentaria, transformar los sistemas de salud y educativo, “para crear desde cero al nuevo hondureño y a la nueva Honduras…”

Sin embargo, es en la pandemia y en la reactivación económica donde más hace falta su liderazgo. Veinte años son un largo trecho. COVID-19, más rápido, quizás no nos de 20 días para asestar otro golpe demoledor.

Estos problemas todavía tienen solución. Pero el escándalo de las compras ha tirado una mancha de petróleo sobre las acciones del gobierno. De inmediato debe ser nombrada una firma internacional de auditores –cualquier auditoría local, pública o privada, carecería de credibilidad- para que inspeccione, sin estorbar, - el uso de los recursos que se apliquen a combatir el COVID-19.

¿Recuperaremos la capacidad de asombrarnos, algún afortunado día? ¿Quién sabe? Pero algo queda cierto, tallado en piedra: jamás perdamos la capacidad de indignarnos, que en nuestra dignidad reside la esperanza.