Columnistas

La guerra continúa implacable

La iniciativa estaba en manos de la coalición militar opositora, capturando ciudades, pese a los esfuerzos gubernamentales por defenderlas y retenerlas bajo su control. Revés tras revés, a pesar de la superioridad en el número de efectivos disponibles.

El 9 de febrero, ante el alcalde de Lamaní, Carías fue juramentado como presidente constitucional. Había trasladado su cuartel general de la frontera con Nicaragua a ese poblado, para trasladarse a un punto entre Zambrano y Támara. El siguiente día, la guarnición de Santa Rosa de Copán se rindió ante las fuerzas combinadas de Tosta y Ferrera, quienes emitieron y firmaron proclama que entre otros conceptos incluía estos: “Nadie podrá negar que también ha sido violada la libertad del sufragio con mengua de la Constitución y del buen nombre del Gobierno, preparándose así la manera para que fuera el Congreso y no el pueblo el que hiciese la elección y coaccionando aquel por una de las agrupaciones patrocinadas por el Ejecutivo, quien en su odio manifestó a un candidato independiente, obstaculizó todo arreglo entre los candidatos, y por consiguiente, la elección en el Congreso, para asumir la dictadura acariciada de tiempo atrás, dictadura que será efímera, pues el pueblo hondureño no se someterá bajo ningún concepto al yugo de las violaciones de la ley, ya que el Congreso no cumplió con el alto mandato que la Constitución le impone eligiendo al sucesor legal.

En consecuencia occidente, y especialmente el pueblo de Intibucá, se ha indignado ante el que de manera arbitraria quiere perpetuarse en el poder, sin haber sido un digno delegado del pueblo en el período constitucional de 1924-1928....”. Ese mismo día se libró la batalla de Jacaleapa, debiendo retirarse las fuerzas rebeldes debido al agotamiento de municiones. Van gradualmente convergiendo los ejércitos opositores hacia los alrededores de Tegucigalpa, a unos 30 km de distancia. El gobierno emplaza refuerzos en los cerros aledaños; los comerciantes cerraron sus negocios. El 12, Zúniga Huete abandonó la capital, en búsqueda de ayudas al gobierno por parte de los presidentes de El Salvador y Guatemala. El 13, el general Francisco Martínez Funes atacó San Marcos de Colón, siendo rechazado. El 14, el buque de la Marina de los Estados Unidos, el Milwaukee, atracó en Amapala, y en Puerto Cortes, el Rochester. El secretario de Estado, Charles Evans Hughes, ordenó a su subalterno, ministro Franklin Morales que notificara al canciller hondureño, Rómulo E. Durón, que “bajo las actuales circunstancias, sería imposible para este Gobierno recibir formalmente a un representante diplomático hondureño”. Esa negativa constituía el beso de la muerte: la suerte estaba echada en contra del régimen de facto aún presidido por López Gutiérrez, desmejorado en su salud. Estaban rotas las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, lo que debilitaba en sumo grado la posición del régimen hondureño, también en términos políticos. La balanza ya estaba inclinada a favor de las fuerzas contestatarias, en términos estratégicos, quedando evidenciado el aislamiento en que estaba colocado el oficialismo, ya que la correlación de fuerzas le era adversa: había pasado a la defensiva pero aun sin intención de claudicar, lo que significaba que la hemorragia de vidas continuaría imparable durante los próximos meses.