Columnistas

Hemos tenido varios tipos de dirigentes en los poderes del Estado. Con personalidades e intereses diversos, algunos creyentes de diferentes religiones. Pero todos han sido cuidadosos en mostrar algo de compostura ante los dogmas de los fieles católicos y en sus templos. Es lo mínimo que se espera de las personas civilizadas.

Por contradicciones propias de los hondureños, aunque somos un estado laico y las prácticas religiosas debieran circunscribirse al ámbito privado, se estila que rectores del Estado aun sin ser devotos, se muestren respetuosos ante las autoridades clericales.

Por carecer de precedentes, ha sido impactante ver el ingreso irreverente de un diputado rodeado de 10 guardaespaldas atropellando feligreses y periodistas, en la Basílica de Santa María Virgen de Suyapa. Fue obvia la ignorancia a las formas indefectibles que se guardan en los lugares santos. Se entiende que arribaba por primera vez y que no era precisamente en busca de Dios que iba. No del Dios de todos, ni de la bendición de nuestra Madre Morenita.

Mandatarios piadosos necesita el pueblo hondureño. Se cree que quien tiene temor de Dios, debe ser buen cristiano y buen ciudadano. Un buen cristiano o practicante de cualquier religión cumple con mandamientos generales a toda creencia espiritual: no matar, no robar, no mentir y demás. Quien respeta la ley de Dios, respeta la ley de los hombres. No se la talla al cuerpo como condenaban a quienes lo hicieron.

La integridad así lo manda. Lo contrario evidencia simplemente hipocresía y apego a las apariencias. Quien atropella en la casa de Dios, lo mismo puede atropellar en la casa de la justicia y hacer lo que tenga que hacer para alcanzar sus objetivos personales. Peor que el otro. Ya vemos que arrogancia con tiranía tanto en el templo como en el hemiciclo son nefastos para la hondureñidad. Imperio de la ley: la de Dios y la de los hombres. Es lo que puede salvar a nuestra amada Honduras.