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Hombre y mujer los creó

La Congregación para la Educación Católica publicó el 10 de junio pasado un documento que me parece sumamente interesante. “Hombre y mujer los creó” ayuda a establecer una vía de diálogo sobre la cuestión de género en la educación. Su lectura me parece imprescindible para advertir la influencia en los últimos años de la ideología de género en las leyes educativas y remarcar la belleza de la diferencia y complementariedad sexual.

En los últimos años se ha extendido una concepción antropológica que considera la diferencia sexual nada más como un “constructo social o cultural”. Esta idea que ha permeado en algunos planes educativos pone a los niños en una situación difícil ya que les priva de una educación integral soslayando un aspecto fundamental: “la vocación al amor a la cual toda persona es llamada”.

La desvinculación de sexo y género, entendido este último como el modo cultural de vivir y expresar la sexualidad, ha dado lugar a diferentes “orientaciones sexuales” que surgen como decisiones del individuo, no determinadas por su configuración biológica. Se ha impuesto así una noción “fluida” de género e identidad sexual, flexible o líquida, en función del sentimiento individual. No solo existen nuevas identidades sexuales, sino formas distintas de relaciones afectivas, como el poliamor. De ese modo, se han configurado “nuevos derechos sexuales”.

Más allá de lo ideológico, en las últimas décadas se han desarrollado investigaciones sobre la diferencia sexual, como enseña el cristianismo, que toda persona es digna de respeto con independencia de sus tendencias afectivas. También han servido para revalorizar la feminidad, así como el valor de la “maternidad afectiva, cultural y espiritual”, que recibe en la actualidad mayor atención y constituye un don inestimable, por la influencia que la mujer tiene en el desarrollo de las personas y de la sociedad en su conjunto.

Es un error basar la identidad sexual y la familia en los deseos o las tendencias emocionales. Una cultura o una educación inspiradas en una ideología que soslaya la distinción entre lo femenino y lo masculino solo puede servir para desarrollar una “identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente separadas de la diferencia biológica entre el hombre y la mujer” y, por tanto, empobrecedoras.

Por otro lado, socava la base de la reciprocidad, el encuentro amoroso y la fecundidad. La familia constituye el lugar natural en el que se enseña el “valor y la belleza” de la diferencia entre hombre y mujer, se asimila con naturalidad la complementariedad, se aprende el verdadero respeto y se halla, a fin de cuentas, el revulsivo frente a una cultura que banaliza la sexualidad.

Junto con la familia, también los centros educativos están llamados a participar en la transmisión de esta ecología humana. La escuela es el “espacio agápico de las diferencias” y, por tanto, además de formar, debe promover los valores del diálogo, la tolerancia y la confianza. Es indispensable desarrollar en los jóvenes el sentido crítico ante las modas sexuales y los mensajes reduccionistas, y buscar, por otro lado, influencias positivas. La educación afectiva y sexual “necesita un lenguaje adecuado y moderado” y debe tener siempre en cuenta la madurez de quienes la reciben.

Quienes desempeñan actividades docentes no solo deberían tener una sólida formación antropológica, sino también una preparación adecuada sobre temas de género y las leyes vigentes.