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El edificio sería uno de los más grandes e imponentes de la ciudad. Además de desafiar la tradición hotelera de su tiempo, la nueva estructura era precursora del crecimiento comercial hacia la zona oriental de la capital.

Pero la construcción del gran edificio se detuvo y, de un día para otro, las máquinas pararon y los trabajadores abandonaron la obra. El que sería “uno de los hoteles más modernos de Centroamérica” (como gustan decir los chovinistas de acá), se quedó a medio hacer y, durante más de una década se convirtió en la edificación gris e inconclusa más conocida de Tegucigalpa.

El abandono fue tal que recuerdo bien a amigos aprovechando la incertidumbre de la fecha de su terminación (o demolición) para acuñar una frase de uso común para situaciones en que la concreción de algo se tardaba tanto que se dudaba si finalmente ocurriría o se llevaría a cabo: “Ojalá no sea hasta que terminen el Sheraton” (en alusión a la cadena hotelera que ocuparía el inmueble inconcluso).

Con el paso de los años, la edificación (construida con fondos estatales) cambió varias veces de dueño -los detalles sobre el traspaso entre propietarios civiles, militares y privados no se comenta hoy- hasta que finalmente entró en operaciones. En la actualidad, presta los servicios bajo otro nombre, sin que sus temporales ocupantes conozcan la enredada historia de las paredes que los cobijan.

Proyectos inconclusos como el anterior son comunes a nuestro alrededor. El anillo periférico de Tegucigalpa fue un buen ejemplo: planificado para facilitar el cargado tráfico vehicular de la ciudad, se pasó más de una inexplicable (y a la vez explicable) década sin pavimentar. ¡Y como este ejemplo, varios más, a lo largo y ancho del territorio nacional! Muchos años después del huracán Fifí, varios puentes Bailey seguían en operación, como todavía lo hace uno en pleno centro de Comayagüela, a 25 años del huracán Mitch. ¿Y qué decir del BTR (sistema de Buses de Tránsito Rápido) de Tegucigalpa, el archiconocido (y truncado) Trans-450?

La tradición es de más larga data: la deuda por el ferrocarril interoceánico hondureño
-uno de los mayores fiascos de nuestra historia- fue pagada finalmente en el gobierno de Juan Manuel Gálvez, casi noventa años después, sin que el país viera terminada la añorada línea férrea entre Puerto Cortés y el Golfo de Fonseca.

Edificios, carreteras, puentes, un ferrocarril. Represas, reforma agraria, un aeropuerto para la capital, planes de desarrollo. Cual si se tratara de una tradición nacional, hechos como estos llenan páginas de historiadores, diarios de ayer y hoy, comentarios en radio, televisión y ahora internet, sin que los responsables de estas obras malogradas hayan enfrentado el juicio de la historia.

Inacabados o sin reconstruir, estos “elefantes blancos” son testimonios de negligencia, imprevisión, corrupción o desidia, que han dañado el futuro y oportunidades de la nación. Y el de valiosas vidas también, como cuando se ofrecieron hospitales que nunca existieron.