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¿Hay un despegue?

Vista desde una óptica social Honduras se divide en opuestas, más bien contradictorias esferas: la boyante (con fortuna y felicidad) y la mísera; el resto es matices. Pues basta recorrer la campiña para comprender lo que significa pobreza: poblaciones sin servicios básicos de agua potable, pavimento, alcantarillado, electricidad y menos aquello que comprende lo respetable de la dignidad humana y que la nación debe preocuparse por proveer al habitante: prestaciones sanitarias, salud, seguridad, educación y cultura, transporte digno y robustez de identidad colectiva, la que es producto de proyectos cívicos y de soberanía con que el Estado motiva e impulsa a la sociedad.

Pues gobernar no es sólo administrar sino desprenderse del pasado y enfilar al futuro: emprender el despegue, apretar el botón de inicio, socar la bota al acelerador, sentenciar aquí vamos aunque la ruta sea experimental. Los mandatarios conservadores se concentran en la obra material porque esa los salva de hacer pensar como globalidad; los progresistas van más a lo social aunque falten puentes pues conocen que nada se edifica si antes no anida en la mente humana. Excepto por los bárbaros nadie gobierna sin proyecto ideológico. Ríete de los bruto-tontos que difaman al pensamiento ideológico pues sin este, en su buena interpretación, no existe programa de mando.

Ideología, excepto por el erróneo uso que dio Marx a la palabra, es organización de pensamiento, sistematización de fines, propuesta de logros, metodología de acción y concreción de fines filosóficos y por ende sociales. Nunca un buen programa político de derecha o izquierda careció de ideología pues es su toma de rumbo, brújula y guía de acción.

Cierta Honduras es casi rica y exuberante, la que deslumbra en la carretera de occidente (Copán a fronteras) donde transitan, desde y hacia, trescientos furgones diarios con mercadería, que son circulante monetario, igual que en la CA-5 (Tegucigalpa, SPS, Panamericana), como la del sur. Es ruta de 600 km donde surgen cada mes ferreterías, cafés, hoteles y moteles, tiendas, desde coheteras a pulperías y residenciales fastuosas. Es otra Honduras que aprovecha el desamor dejado por la pandemia para prosperar y que es la misma integrada por la clase media siempre quejosa e insatisfecha, en tanto explota a la fila inferior. Quedan fuera de espectro los millonarios y ricos pues esos carecen de nacionalidad, su amor es el dinero, llámalos extraterrestres.

El punto es que algo hoy ocurre que no vemos y que es una expansión indetenible de la economía. La proliferación de automóviles en urbes y carreteras es su indicio; los restaurantes colmados casi cada hora, los centros comerciales nunca solos, las transacciones bancarias continuas, nuevas colonias residenciales, muchas de alto costo, las (explotadoras) líneas aéreas abarrotadas, son signos de que este, como se sabe, no es un país pobre sino mal administrado.

Y que además escogimos mal el modelo de desarrollo pues quienes más ganan deberían sustentar a quienes carecen de oportunidades de crecimiento, excepto a delincuentes y holgazanes, obvio. Y si alguien piensa que estas ideas de ética y justicia social son pensamiento ideológico, está en lo correcto.