Columnistas

Feo teatro político

Aunque la luz agreda los ojos, siempre es mejor que la sombra. Percibir con claridad lo que ocurre en una situación determinada es ganancia neta pues la oscuridad limita al pensamiento y lo traiciona; por algo en la Edad Media a quienes sufrían alucinaciones angelicales o fantasmagóricas les rociaban agua bendita, los exorcizaban o los tostaba la Inquisición. Ciertas fuentes aseguran que los judíos, herejes y brujas calcinados por el Santo Tribunal sumaron cien mil entre el siglo XV y el XVII, cifra escandalosa para cualquier secta.

La rotura del bipartidismo y el ascenso de un nuevo grupo político al poder ha desarticulado las líneas tradicionales no sólo de mando en Honduras sino también de oposición exhibiendo a novatos y a viejos actores en posturas opuestas a las que vigorizaban antes, como si el guión de escena les obligara a cambiar papeles según su cercanía al manejo de la cosa pública.

De pronto nacionalistas que hasta hace un año eran la hez de la honestidad, el nepotismo y lo corrupto, son hoy adalides de la verdad. Liberales que no vacilaron en ser cómplices, aliarse o silenciar y disimular los desmanes del narcopresidente de súbito abogan por la pureza de la ley, los procedimientos y la solidaridad que nunca practicaron. Como se esperaba que ocurriera, el “primer” designado presidencial ha bajado pronto su máscara democrática y empezado a atacar febrilmente a sus antes aliados, traspasando incluso la frontera de la difamación y el insulto, que es decir de irrespeto entre funcionarios de un mismo origen y supuesta calidad humana.

¡Es el teatro de la república! Muchos gajos podridos se desprenden para siempre del árbol de la historia, en tanto que otros nacen y aprenden a madurar. Hacia fuera del tablado, con pena y sin gloria, descienden abrumados por su irresponsabilidad y cinismo ciertos excelsos jurisconsultos y catedráticos que juraron defender la Constitución y formar con tal letra a sus pupilos, habiéndose traicionado a ellos mismos. Bajo la alfombra reptan oscuros y escandalosos exfuncionarios de regímenes anteriores, estrellas de pantallas ahora apagadas, que esgrimieron miles de obtusos argumentos para justificar lo indefendible en tanto apuntalaban las paredes de la catedral del neoliberalismo, el crimen y la narcoactividad. Por algún zaguán extraviado huye aquel que declaró orbi et urbe como ganador en los comicios al sátrapa, temeroso de que le caiga, como va a ser, el guante no sólo justiciero sino vengador, similar a quienes sufren insomnio y temblor en Managua. Y qué decir de las aves cantoras de la falsa felicidad en tiempos cachurecos, barítonos y sopranos de la prensa escrita, la radio y la televisión, fogoneros de la propaganda oficial, tan engañosos como cuatreros de la realidad y que ejercieron su mal oficio por una década o más. El teatro es vida, es la vida.

La cartelera de los conservadores promueve una obra teatral nueva: Desestabilización y Desprestigio, con escaso público creyente. A pesar del bajo nivel cultural del hondureño la década pasada fue, sí, de tristeza pero igual de aprendizaje, de abrir los ojos y adquirir formación crítica y política. “No pasarán”, decíamos cuando la invasión de 1969. “No volverán” es la consigna hoy.