Columnistas

El maltrato en los buses

Hace algún tiempo escribí para el anecdotario de mi blog, y con cierta gracia, algunas experiencias vividas en el transporte público, sobre todo en mis tiempos de estudiante de secundaria. A muchas personas les dio risa, sin embargo, cuando esas historias se conjugan con las fatales que han protagonizado los llamados “buses rapiditos” en los últimos tiempos, ya no son graciosas.

Una de las historias que cito es una en la que un conductor paró muchas estaciones después de la que debía, al grito de varios pasajeros que entre ruegos, súplicas e insultos le pedían que se detuviera. Iba a mucha velocidad y como en otro mundo. Ciertamente, no encontré otra explicación: esa persona andaba drogada o alcoholizada.

Esto sucedió en 2004, de lo que se deduce que llevamos décadas con este problema y no se ha aportado ninguna solución de parte de las autoridades. En una ocasión llegué en más o menos quince minutos, con el tráfico del mediodía, de Comayagüela a la Kennedy, un trayecto que solía llevarme una hora, ¿el método?: el conductor del bus se subió a todas las medianas y aceras que pudo. Pensé también que había consumido drogas. Supe de una persona que murió atropellada por un bus de esa manera.

En otras tantas ocasiones me asaltaron, una vez fue dos días seguidos, en el mismo lugar, espero que haya sido diferente asaltante. En otro de los asaltos el ladrón me pidió disculpas, y me dijo: “es que a uno lo mandan, viejo, ¿qué puedo hacer?”. Esa vez sentí impotencia a la vez que lástima.

No tenía ninguna necesidad de darme esa explicación. Nunca olvidaré la vez en que dos personas (serían pandilleros, no lo sé) se sacaron las armas para apuntarse. Desde luego, habría disfrutado la escena si hubiese sido de una película, pero siendo en la vida real, no me quedó otra que bajarme del autobús en movimiento, y como era adolescente más o menos libré la dificultad; no obstante, me llena de impotencia pensar que hay personas de la tercera edad que pasan por esas situaciones.

Definitivamente, el transporte público es un ambiente hostil para la ciudadanía, es mucho lo que sufre la población. Además de los torales, hay pequeños detalles que parecen menores, pero no lo son: los pasajeros van ensardinados, con música estridente, se caen en medio de los frenazos y las mujeres son víctimas de una sórdida vulgaridad.

Creo que es momento de una inversión fuerte en el transporte público, que incluya una buena captación del talento humano para que pueda trabajar en este rubro (sin antecedentes, con rigurosas pruebas toxicológicas, exámenes psicométricos serios y entrevistas con altos estándares), para su posterior capacitación; también, es necesario equipar las unidades con cámaras y micrófonos y montar equipos de supervisión y regulación diaria en todas las zonas.

Todo regulado por las autoridades estatales. Lo digo claro y alto: el Estado no está protegiendo a la población del maltrato en el transporte ni está ofreciendo verdaderas soluciones. Se trata de un malestar cotidiano, no se puede seguir poniendo en riesgo la vida de millones de personas a diario. No ha habido verdadera gestión política en temas de movilidad urbana, no ha habido ni asomo de planificación. Un problema así de grave tiene que ser atacado de manera frontal, de raíz y sin contemplaciones.

No nos podemos seguir exponiendo a que personas sin capacidad y sin el menor grado de consciencia tengan diariamente en sus manos la vida humana