Columnistas

El diálogo del espejo

Cuenta la leyenda que hace muchos años los seres humanos vivían en peleas permanentes, solo que en esos tiempos cuando había un problema acudían a los dioses y diosas del Olimpo para resolver los conflictos.

Hasta que un día alguien pensó que no se podía estar en pleitos permanentes y se le ocurrió que cuando alguien tuviera un conflicto se colocaría frente a un espejo y quien tuviera la razón el espejo lo reflejaría, esto le pareció a los dioses y a los humanos una idea fantástica. Así pasó mucho tiempo, pero alguien descubrió que tener el espejo era tener un gran poder y comenzó la lucha por poseer el espejo.

Llegó el momento en que el espejo se rompió en muchos pedazos, cada ser humano se quedó con parte del espejo, lo cual obligó a las personas a buscar en cada pedazo la verdad, lo cual implica que si queremos buscar la verdad que aproxime los intereses de todos, debemos unir los pedazos del espejo.

A raíz de todo lo acontecido con el reciente proceso electoral se ha generado una situación conflictiva, donde una de las partes del conflicto se niega a reconocer los resultados electorales por considerarlos viciados. No es mi interés en este artículo sumarme al debate descalificando o no el proceso electoral.

La comunidad internacional ha estado pronunciándose en el reconocimiento al presidente electo formalmente por el órgano que administra los procesos comiciales en el país, con una sola recomendación: que se impulse un proceso de diálogo como mecanismo que le devuelva la tranquilidad a la nación y con la idea de fortalecer la institucionalidad del país.

No obstante lo anterior, la oposición tiene una actitud de rechazo al diálogo, haciéndonos recordar, en un plano inferior por el nivel de complejidad, lo que sucedió en meses pasados en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), donde los protestantes de ese centro de estudios se negaron sistemáticamente a negociar con las autoridades universitarias por considerarlas ilegítimas. La historia se repite, solo que ahora en el plano político. ¡Rara coincidencia!

La experiencia histórica ha demostrado que cuando en un conflicto se le cierran los espacios al diálogo, se le abre espacios a formas de lucha que con el tiempo los costos sociales son mayores e irreversibles en términos de daños humanos y materiales.

Evocar razones jurídicas, políticas y de otra índole para negarse al diálogo no conduce a la búsqueda de soluciones a los problemas. Por muy compleja que sea una dificultad, las partes en disputa deben agotar los arreglos de forma dialogada, no olvidando que el diálogo es también una forma de lucha que puede lograr soluciones más constructivas que aquellas que se deriven de actos de violencia.

Es preferible hacer uso de la fuerza de la razón y no de la razón de la fuerza, sobre todo en una coyuntura como la nuestra donde los procesos de cambios radicales no parecen tener un asidero objetivo.

En política, quien lucha por todo al final se puede quedar sin nada y con daños irreparables a la sociedad. ¿Será que hay que esperar el diálogo solo después de un montón de cadáveres? Triste realidad