Columnistas

El altar de la mediocridad

Mucho se está escribiendo y disertando en estos días a nivel mundial sobre cómo las sociedades, en general, aparentan estar perdiendo lustre, calidad y competencia, y cómo la inteligencia ha gradualmente abandonado las calles, permitiendo que la conducción de las naciones caiga en manos de los menos competentes, sometiendo así a los pueblos a sobrevivir en niveles muy bajos de bienestar humano.

Cierto, debemos admitir que la palabra “mediocre” es, para muchos, un término peyorativo, insultante, grosero y la mayoría de la gente no desea ser considerada de tal modo cuando en realidad esta calificación se aplica particularmente a los conformistas, los acomodados, los ayunos de un espíritu de superación.

El diccionario nos indica que el mediocre no se esfuerza lo suficiente por ser sobresaliente y que se conforma con el hoy, con este momento; jamás piensa en adelantarse a establecer condiciones para enfrentar con éxito los retos de un futuro más brillante pero más exigente.

En Honduras, desde hace varias décadas, nuestras instituciones han venido sufriendo el manoseo de personajes nefastos, con notoria incapacidad para gobernar el país o para gerenciar las instituciones del Estado que se les han asignado. Su proverbial malicia callejera y su labia para enganchar incautos les ha permitido flotar en los puestos asignados y pasar sobre ellos con más penas que glorias. Las honrosas excepciones en que funcionarios han demostrado capacidad, responsabilidad e interés, han sido opacadas por estos caballeros y damas de industria, poseedoras, más de “tapacidad” que de “capacidad”.

Muchas de las más altas posiciones de Estado han sido usurpadas por personajes cuyos atributos personales brillan por su ausencia o que, por ser tan escasos, no se han visto reflejados con contribuciones positivas, transformadoras y desarrollistas de las responsabilidades que se les han asignado. Parte de esta sequía de habilidades provienen de la alergia que les provocó en su momento transitar con éxito por las aulas de la academia.

Una muestra inequívoca de nuestra desgracia nacional es el paulatino deterioro de la calidad de nuestros parlamentarios, equívocamente llamados “padres de la patria”. Nuestro Congreso Nacional ha visto decaer su calidad y las pocas voces confiables y respetables que nos quedan, se ven opacadas por el grito vulgar, el zapateo o el pumpuneo esquizofrénico sobre los curules en una nueva versión de la incultura catracha.

Lo que deberían ser tribunas de alto debate, de respetuosas piezas oratorias constructivas de la Nueva Honduras, se convierten en sainetes de pésima y ofensiva calidad. Honduras se encuentra a la expectativa de un hito histórico, la elección de una Corte Suprema de Justicia que satisfaga la sed de todos los habitantes por un sistema judicial transparente, capaz y oportuno que aplique la ley con rigor, sin privilegios para nadie y mucho más, sin compromisos políticos partidarios. Eso es precisamente lo que clama y demanda el pueblo en las calles.