Columnistas

En pequeños detalles, aparentemente insignificantes, se delatan las causas de la debilidad de nuestra democracia. Hace varios años se acercó a mí una madre para pedirme un favor: su hija era la candidata de su grado al reinado de la escuela y debía sumar los votos necesarios para ser seleccionada. Sin foto de por medio ni mayores explicaciones de los méritos para ello, la abnegada mamá hizo su mejor esfuerzo para lograr que su niña fuera la favorecida, poniendo a nuestro alcance un talonario con “votos”. Para quienes no conocen esta costumbre local, en muchas escuelas del país se ha acostumbrado a elegir anualmente entre sus alumnas a una “reina”. Cada grado escoge a una candidata y entre éstas se selecciona a la soberana, quien será oportunamente “coronada” en un acto de entronización, con fastuoso baile incluido. Las candidatas perdedoras son denominadas “princesas” y desfilan en cortejo, elegantemente vestidas y acompañadas de sus “caballeros”, rindiendo honores a “Su Majestad”.

Esta suele ingresar al acto con las notas de la “Marcha triunfal” de la ópera Aída de Verdi, para recibir de manos de la reina saliente cetro y corona. La actividad cierra con un vals vienés, trabajosamente bailado por caballeros, reina y princesas, antes de dar paso a la fiesta bailable (que antes dominaban merengues y cha-cha-chás, precursores lejanos del “reguetón” de nuestros días).

Más allá de la cursilería y superficialidad, en esta actividad que se resiste a morir destaca la forma en que se determina quién es la reina: ganará contundentemente aquella que “venda más votos”. Las candidatas (o mas bien sus padres o madres) deben agenciarse “compradores” de los sufragios para sus hijas, siendo ganadora no la más agraciada, inteligente o con mejores cualidades entre las competidoras, sino aquella que haya logrado una mayor recaudación de dinero con los talonarios que se proveen a cada padre y madre de familia. Los talonarios constan de cupones (“votos”), cada uno con un valor en efectivo, cuya suma será utilizada para sufragar los gastos del acto de coronación y alguna reparación, mejora o compra de materiales de la escuela. Aunque la finalidad suele ser loable, no es de extrañar, sin embargo, que sean los padres y madres con mayor capacidad económica, contactos, patrocinadores o logística, quienes literalmente “compren” el reinado de su hija. Por si fuera poco, aún siendo las perdedoras, las familias del resto de candidatas deberán gastar para vestir su tristeza, como corresponde a las “princesas”.

Fue así que muchas personas tuvieron sus primeras experiencias “electorales” en las escuelas y pueblos: para ganar no vale mérito, sino la capacidad de obtener dinero. No hay elección democrática y participativa, sino que son “otros” -los que pueden pagar- quienes compran la posición. Quien gana es “coronado” en medio de un boato que la mayoría no tiene capacidad de pagar, pero en el que es obligatorio participar.

Así aprendieron muchos y muchas cómo se elige y cómo se llega al poder en Honduras.