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Bukele y la magnanimidad ausente

ara que un rey sea rey, los demás tienen que tratarlo como rey, pero él debe comportarse como rey. Parece que a Nayib Bukele la silla presidencial de El Salvador cada día se le agranda, no solo por sus posiciones discordantes, sino por su procacidad y falta de respeto a los demás y a lo que representa.

La magnanimidad es el esfuerzo para la grandeza, hacer cosas honorables en la vida; que las palabras, actos y comportamientos convoquen la admiración de los demás; lo supieron desde la antigüedad reyes, sacerdotes, gobernadores; y ahora lo saben ejecutivos, empresarios, gobernantes, intelectuales, gente común, y está claro que Bukele no.

Que ahora el presidente salvadoreño descargue su retórica malsana y burlona contra su par venezolano Nicolás Maduro es una cosa, están entre iguales, y tampoco el sudamericano se ahorra epítetos y descalificaciones para sus detractores, y hay un combate abierto en las abrumadoras redes sociales.

Otra cosa es que se burle de las necesidades de una población, como la venezolana, que sufre desde hace décadas la paradójica tragedia de su riqueza. En 1948, uno de los grandes novelistas del siglo XX, Rómulo Gallegos, llegó a la presidencia, quiso un poco más de ganancias petroleras para su país: un golpe de Estado en Caracas y se acabó.

La historia es conocida, las transnacionales europeas y estadounidenses se adueñaron de los cerros y de los minerales venezolanos, también del subsuelo y su petróleo. Ahora aprietan para recuperar lo perdido, la guerra política y comercial arrecia, y sufren los de siempre: los más pobres.

En su inocultable alineamiento con Washington, Bukele expulsó a los diplomáticos venezolanos y reconoció como presidente a un descolorido y casi olvidado Juan Guaidó. Hasta ahí normal entre naciones confrontadas. No bastó, en un tuit se burló que los funcionarios desterrados llevaban papel higiénico, jabón, dentífrico y algo más. Cayó mal entre personas sensatas.

Bukele, como candidato del FMLN, fue alcalde de Nuevo Cuscatlán y después de la capital, San Salvador. También lo mencionan e investigan por recibir 1.9 millones de dólares de unos fondos de Alba; sí, sí, sí, del programa de Hugo Chávez y la petrolera estatal PDVSA. Ahora intenta destruir su expartido y abomina de Venezuela, alguien podría señalarlo como malagradecido.

Antes también dirigió sus dardos al presidente hondureño Juan Orlando Hernández, pero este ni siquiera le respondió personalmente. Bukele distrae su crisis nacional y gana seguidores en redes como cualquiera que sea atrevido e insolente, y las encuestas le favorecen como todo mandatario en sus primeros meses.

Pero El Salvador no es Noruega y acumula tantos problemas como nosotros, difícil burlarse de otros. Para procaces bastan Trump y Bolsonaro. Nuestras crisis requieren dirigentes creativos, decentes, competentes, y sobre todo, magnánimos, en el triunfo y en la derrota.

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