Columnistas

Ríos de sangre

La ambición por el oro, la desmedida avaricia y la búsqueda del lucro hacen a ciertos seres deshumanizarse y transformarse en piedras, lava ígnea, lodo mercantil, para no emplear otros groseros vocablos que detallarían a esos empresarios e “inversionistas” con precisión mayor aunque con menos elegancia (“excrementos bursátiles de dios”, “pudrición del alma”).

Pues cuando vemos su conducta lo que aparecen son figuras del zoológico de la selva capitalista en que, más allá del rédito, se ausenta el límite moral. Para conseguir ganancia muchos, si no la mayoría de comerciantes, violan cuantas leyes, preceptos doctrinales, avenidas éticas y prevenciones legales se quieran imponer. Es la bestial persecución del centavo, el que debe caer en el arca personal no importa con cuantos sacrificios, picardías y evasiones se le consiga.

Estudios específicos indican que 72% de los tenderos y vendedores hondureños, formales e informales, evaden al fisco, roban el impuesto, participan en contrabando o falsean la declaración tributaria. Y luego vienen y desde sus cámaras de comercio instalan cátedras morales que invocan al amor, el diálogo y la paz. Hipócritas, falsarios, cínicos y farsantes. Uno de sus emblemáticos jefes, embalsamador de éticas, reside en la cárcel, ojalá que por décadas y por ladrón.

Engañar al Estado, en cuanto ente cobrador y socialmente distribuidor, es lección aprendida desde la Colonia española, cuando Sabá (1720), por ejemplo, fue distinguida como modelo de paso del contrabando inglés: telas, lámparas, machetes, sombreros, aldabas, relojes, licores en que participaba la oligarquía chapina (los “nobles” Aycinena) y del istmo. Mentir al gobierno yace en el ADN de la población pero no por causa gratuita sino porque ese Estado maldito que permitimos es siempre explotador y debe burlársele.

Y vienen entonces hoy los concesionarios de ríos y en vez de acordar para la población cercana y propietaria espiritual e histórica del afluente, por no decir mística, una porción minimísima de sus groseras ganancias (el uno % de mil millones que obtendrán durante la década), la afrentan y destruyen, como sucede ahora en Guapinol, Colón. O acuden a crímenes y asesinato, como con Berta Cáceres, prócer ambiental. Se pudo negociar, compartir y dividir beneficios (la empresa consigue siempre más), como asignar un diez o doce por ciento de soporte para la municipalidad y el pueblo pero son estos empresarios tan racistas e imperiales (no existe otra explicación), despreciativos de la sociedad en cuanto a identidad y color (“esos indios”, dicen) que no queda más opción que luchar contra ellos y aplastarlos, entre más
pronto mejor. Ya que en vez de consensuar entintan y abonan los ríos con dolor. Con sangre que volverá desde el cosmos a reclamar sobre sus hijos, descendientes y parientes la que derramaron.

La Ley del Karma es inviolable, inoxidable, incombustible e imperdonable. Quien en río mata sobre el río debe perecer, sean el río de la justicia o el de la realidad, enfangados para siempre en la ignominia ––insístase, “para siempre”, como ocurrió con los traidores Ferrera, Manuel Bonilla, Suazo Córdova, Micheletti y Romeo, entre otros cercanos. La historia jamás los absolverá.