Cartas al editor

El rebaño de mi abuelo

Allá muy lejos de la urbe y al pie de la montaña tenía mi abuelo sus tierras, además de cosechar diversos cultivos también tenía un gran rebaño, y es que a medida que fui creciendo me iba dando cuenta de cómo era mi abuelo, ambicioso, egoísta, y un hombre con mucho poder.

Pero cuando visitaba las tierras de aquel hombre insaciable que llevaba mi misma sangre por desgracia, algo que siempre me había llamado la atención, era que en aquellas grandes praderas de tierra tenía clasificadas a sus ovejas, en el primer grupo estaban aquellas que así, a primera vista, se nota que eran las más manejables; aquellas que por impulsos o por ver que el rebaño va hacia el precipicio también van, ese tipo de ovejas que causan conflicto entre su propio rebaño, esa oveja que no deja crecer al grupo porque en su mente hay maldad e ignorancia.

Luego noté un segundo grupo, aquel que tenía más cantidad de pasto, pasto de mejor calidad y de cuya lana se podía presumir, pero este grupo que tenía muy cerca la salida apenas tenían que dar un salto al pequeño cañón artificial que le habían construido y no lo hacían porque se sentían bien en donde estaban, decían que no hay que ser ambicioso en la vida, y aunque tenían las posibilidades de aprender de sus vecinas de la par no se interesaban por saber.

Finalmente, observé que el último grupo estaba en un terreno conformado por pastos verdes, altos relieves, acechado por coyotes y con partes solamente de tierra, terrenos con rocas y yerbas malas, y el poco fruto era para todas, pero en este grupo en particular todo el colectivo escalaba la montaña en busca de alimento cuando no lo había y llegaban a la cima para ver cómo manejaba todo aquel hombre magnate que había llegado a tener todo gracias a su gran rebaño, hasta que la comunicación empezó a fluir de unos rebaños a otros, aquellos grupos que aunque no tenían todo sabían que se puede vivir con poco, pero sin buscar aparentar, sin tener prejuicios ni temores y sobre todo abriendo la mente.