Cartas al editor

El eco del pasado

Había una vez, en un rincón olvidado del tiempo, un pequeño pueblo llamado la Sábana de la Plata. Sus calles empedradas contaban historias susurradas por el viento, mientras las sombras de antiguas murallas protegían secretos ancestrales. En ese lugar, el anciano sabio Santiago de la Cruz, con sus ojos centenarios, era la encarnación de la sabiduría. Su voz resonaba en la plaza central, recordando a los habitantes: “En cada adversario, hallaréis un reflejo de vuestro propio talento por descubrir”. Sus palabras se convertían en mantras que guiaban a generaciones. En la alborada de una competencia anual, dos jóvenes, Caimán y León, destacaban por su destreza. Ambos se esforzaban por superarse, pero la rivalidad crecía como una sombra entre ellos. Santiago de la Cruz, observador del tejido del destino, advirtió: “En la danza de la competencia, la verdadera victoria es descubrirse a uno mismo”. Los desafíos se multiplicaron, y cada obstáculo fortalecía sus habilidades. Caimán, con su aguda intuición, descubría caminos inexplorados. León, con su valentía innata, desafiaba límites preestablecidos. En la encrucijada de sus destinos, comprendieron que el otro no era un adversario, sino un espejo que revelaba sus propias fortalezas y debilidades. En el crepúsculo de la competición, Santiago de la Cruz les recordó: “La esencia del talento no yace en la superioridad sobre otros, sino en la maestría de uno mismo”. Caimán y León, iluminados por esta verdad, unieron fuerzas para enfrentar un último desafío: descifrar el enigma de un antiguo pergamino. Juntos, fusionando sus talentos, desentrañaron el mensaje ancestral. De la Cruz, sonriendo con aprobación, dijo: “La verdadera victoria no es solo resolver enigmas, sino comprender que cada adversario es un maestro oculto”. La sábana de plata, testigo de esta transformación, resonó con un eco de aprendizaje.