Los personajes y elementos que dan vida al Vía Crucis en Tegucigalpa
Durante las celebraciones del Viernes Santo en Tegucigalpa, el Vía Crucis no solo tiene como protagonista a Jesús, sino también a una serie de personajes y elementos simbólicos que enriquecen esta tradición
- 18 de abril de 2025 a las 09:51

En cada rincón de Honduras, el Viernes Santo se vive con una intensidad espiritual que trasciende generaciones. Las calles de Tegucigalpa se llenan de solemnidad cuando se representa el Vía Crucis, la pasión y muerte de Jesucristo.

Pero más allá del papel central de Jesús, hay otros protagonistas que, aunque no crucificados, cargan con el peso simbólico de la historia.

Esta galería se detiene en ellos: los personajes, objetos y símbolos que, juntos, hacen de esta conmemoración algo profundamente conmovedor. Cada uno tiene su historia, su carga simbólica, y su impacto visual en esta jornada de reflexión y fe.

Poncio Pilato es más que el gobernador romano, es el símbolo de la cobardía del poder frente a la verdad.

El gobernante que, por miedo a la muchedumbre, condenó a un inocente. Su presencia da inicio a la tragedia y marca el tono del recorrido.

Con cascos metálicos, capas rojas y armaduras improvisadas pero detalladas, los soldados romanos imponen respeto en cada paso.

Estos papeles suelen ser asumidos por jóvenes voluntarios que, con seriedad y respeto, interpretan a los verdugos del Imperio.

Su rol es rudo: empujan, azotan, insultan, obligan a cargar la cruz y finalmente clavan a Jesús en ella.

Son el rostro de la injusticia institucionalizada, pero también aportan un dramatismo necesario que permite al público sentir la tensión de cada estación del Vía Crucis.

A menudo se cuidan los detalles: lanzas, grilletes y hasta látigos recrean visualmente la represión vivida por Jesús.

Las mujeres que lloran: el dolor que no grita, pero se siente. Vestidas de negro, con velos cubriéndoles el rostro, varias mujeres marchan tras Jesús en silencio.

Representan a las mujeres de Jerusalén, pero también a las madres, hermanas y esposas que hoy siguen llorando injusticias en el mundo real.

En las calles, muchas de estas mujeres lo hacen como acto de fe personal: algunas caminan descalzas, otras cargan cruces pequeñas, y no faltan las que van rezando entre lágrimas.

Su papel es esencial: humanizan el dolor, lo hacen cercano. En ellas, el espectador ve el sufrimiento de una comunidad que acompaña al inocente hacia su muerte.

El público: Aunque no actúan, los cientos de asistentes son parte vital del Vía Crucis.

Algunos se colocan de rodillas a medida que pasa Jesús, otros graban con sus celulares, otros más simplemente observan en silencio.

Hay niños que preguntan, ancianos que lloran, y creyentes que tocan el suelo por donde pasó la cruz.

Y en ese silencio respetuoso o en ese murmullo de oración, el pueblo hondureño se convierte también en protagonista, viviendo una fe que se hereda de generación en generación.

La corona de espinas: Generalmente hecha a mano con ramas espinosas reales, la corona que se coloca sobre Jesús es uno de los elementos más simbólicos del Vía Crucis.

En algunas iglesias, los artesanos la preparan días antes con cuidado para que sea lo más realista posible, sin dañar al actor que la porta.

Es el emblema de la burla cruel: se le dio como un símbolo de “realeza” a quien decían que no lo era. Hoy, en cada representación, esa corona sigue doliendo: no por sus púas, sino por lo que representa. Una burla al amor, al sacrificio, a la bondad.

En la mayoría de representaciones hondureñas, la cruz es de madera real, grande, pesada, con astillas, clavos visibles, y un peso considerable.

El actor que representa a Jesús la carga por varias cuadras, a veces descalzo, bajo el sol de mediodía, en calles empinadas o adoquinadas.

Es un esfuerzo físico, pero también espiritual. Esa cruz es más que un objeto: es la conexión directa con el sacrificio. Cada caída del actor, cada momento en que necesita ayuda, recuerda al público que nadie carga solo con sus dolores.

Las marcas en las manos, los pies, la espalda.

A través de maquillaje se recrean con precisión las heridas de la Pasión.

En cada imagen, esas heridas no son solo parte del espectáculo: son símbolos que hablan de entrega, sacrificio y amor sin límites.

El Vía Crucis en Honduras es mucho más que una tradición religiosa. Es una manifestación colectiva de identidad, una escenificación que, año tras año, nos recuerda que la historia de Jesús sigue viva, porque sigue repitiéndose en las injusticias, los sacrificios y los actos de amor silenciosos.