El ritmo cardiaco aceleraba a medida iba transcurriendo el cronómetro y ellos aguardaban por el descanso para abrirles las puertas de su casa a ZONA y permitirle compartir la forma en cómo vivían un juego mundialista de su ídolo: Rembrandt Flores.
En Emiratos Árabes Unidos su hijo hacía historia con la Sub 17 al pelear el boleto a semifinales contra Suecia y en la colonia El Pedregal de la capital, padre y madre, acompañados de todo el combo Flores-Bonilla, sufrían con cada movimiento de su muchacho en el lejano oriente.
Aliento de principio a fin
El 1-0 de la H, en el que el orgullo de la familia daba la cesión a Bryan Velásquez, los había hecho explotar de júbilo y generaba los saltos, las sonrisas y el “vamos, vamos, vamos Rembrandt, vamos Honduras”... El grito y el aliento de Rosibel Bonilla y de Rembrandt Flores hacia su pródigo se hacía escuchar en la populosa colonia de Tegucigalpa y prendía la ilusión de ver a su amado en las semis del Mundial de Emiratos.
El partido se profundizaba en su etapa final y las arremetidas de los suecos intensifica el sufrimiento de todos en la casa, que a cada momento se llenaba de lamentos y varios uffff...
Se sufre a todo pulmón
En el reloj 63, en la televisión Copán Álvarez se ahogaba con el remate tapado de Rembrandt y en casa el padre se estremecía con un lamento y un consejo para su niño: “Tenía que pegarle con fe, yo le digo que se atreva más”.
Al comentario del orgulloso padre lo acompañaba el de su esposa: “Pero por poquito, vamos hijo, así, así, Dios mío”...
Allí, sigue toda la familia al pie del cañón, con las manos en sus rostros y las inevitables reacciones ante cada toque de balón del camisa 11 de la mini H.
“Pucha hombre”, decía el señor Flores ante un resbalón de su hijo, mientras ella, Rosibel, sacaba a relucir su sentimiento de madre: “Pobrecito mi niño, cómo se cayó”. Los dos zarpazos europeos provocaban un elocuente silencio y la agonía de la familia.
“Hay ese reloj va volando, ya va por el 80. Vamos papá, que no salga esa pelota”, decía Rosibel ante el esfuerzo de Rembrandt por evitar que un balón saliera del campo.
Un orgullo indescifrable
El tiempo no daba para más, pero, pese a la tristeza de la eliminación, el corazón de ellos se inflamaba de emoción por haber visto en lo más alto a su pequeño (el mismo al que nombraron Rembrandt por seguir la tradición de su abuelo, que admiraba al pintor holandés Rembrandt Harmenszoon van Rijn).
“Yo creo que sufrimos más que ellos porque cuando uno ve jugar a la Selección, se emociona, y más si es el hijo de uno es el que está jugando allí. Es un orgullo, esta casa se me hacía pequeña cuando lo miraba a él cantando el Himno Nacional, es increíble. No me imaginé esto porque le costó llegar allí”, decía Rembrandt, que se quebraba al expresar sus sentimientos.
Al llanto del padre se une el de su esposa, que entre lágrimas confiesa: “Tener a mi hijo allí en un Mundial es una emoción enorme, es un megaorgullo para mí, entonces estoy muy feliz”.
Era tiempo de controlar los sollozos, secarse las lágrimas de orgullo que caían sobre las mejillas e invitarle un agradable jugo de naranja a los invitados de Zona y despedirse poniendo a disposición su hogar para próximas visitas...